XI Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
El cliente
Susana Revuelta SagastizábalCentelleaba con tanto rencor su mirada que si hubiese sido viento podría haber derribado un roble milenario o levantado una tempestad. Un desagradecido, eso es lo que era. Mil veces me había repetido que a la cárcel no quería volver, que antes se mataría, que las rayas del uniforme de preso le disturbaban, que los grilletes le apretaban mucho, que en las celdas de dos por dos apenas cabía… Y que comprase al jurado, al juez, o lo que hiciese falta, pero que evitase un nuevo pleito, las deliberaciones, los juicios mediáticos y los recursos interminables. Y eso hice. Pero claro, intentando conciliar sus intereses con los de la comunidad. Porque a un monstruo así desde luego que en la calle no iba a dejarlo, menudo peligro. «Además la camisa de fuerza te sienta fenomenal», le dije mientras cerraba tras de mí la puerta de la habitación acolchada.
+6
El más votado por la comunidad
Justicia sostenible
Manuel de la Peña Garrido— Disponemos de recursos escasos. Las tasas resultan insuficientes. Este proyecto persigue conciliar tutela de derechos y sostenibilidad del sistema. Nuestra Justicia volará pronto con viento de cola... -— Perdona, Ministro, la pela es la pela, pero caer tan bajo... — Cierto, Consellera. Como responsable de la Comunidad de la Abogacía, no nos veo vistiendo togas convertidas en monos de piloto de Fórmula 1. — Todos llevamos, gratis, logos en la camisa, la manzanita en los portátiles... — Jueces del Supremo interrumpiendo los pleitos mediáticos: “las alegaciones, después de la publicidad”. ¡Me parece irrespetuoso! — Y a mí, una pasada anunciar en una web oficial: “tu placer durará más que un macrojuicio”. — O que las sentencias se dicten en nombre del Rey y del brandy “Majestad”, “que es cosa de soberanos”... — Las tres... ¡Entramos en directo! ¿Podrían girar las botellas de agua, que salga la etiqueta del patrocinador?
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Relatos seleccionados
Era imposible conciliar el sueño,pero creo que al final lo conseguí.Tras una larga y exhausta reunión para celebrar la junta anual de la comunidad de propietarios del bloque donde resido, se acordó por unanimidad la reforma y arreglo de la fachada.
Las obras comenzarían la semana siguiente
Soplaba un fuerte viento de levante y los andamios que habían colocado se asemejaban a una orquesta desafinada con sus constantes sonidos.Miré hacia la ventana y estupefacto comprobé que un obrero estaba sin camisa y sin arnés de seguridad.¡Oiga caballero !le dije, se puede caer.No se preocupe me respondió,a la vez que tomo el sol a ver si me tira el viento, me meto en pleito y me dán una indemnización.En ese momento desperté, me asomé por la ventana y comprobé que hacía un agradable día. Las obras todavía no habían comenzado.+2Supongo que creéis saber el final de ese cuento de Tolstoi: el de la camisa feliz. Dicha camisa era necesaria para salvar la vida del zar, enviaron emisarios a los cuatro vientos, ¡y resultó que el único hombre feliz que hallaron no vestía camisa! El cuento intenta dar una lección sobre cómo conciliar humildad y felicidad —supongo—, pero de lo que no habla es del verdadero final. ¿Sabéis? Antes de morir, el zar interpuso un pleito contra sus médicos, un juicio cuya sentencia les dejó arruinados de por vida. También levantó un edicto por el cual toda la comunidad bajo su mando, del primer al último ruso, estaba obligado a llevar camisa. ¡Por decreto zariano! “Casacas”, denominaron a la nueva prenda, tan popular fue a partir de entonces. ¿Y la felicidad? El zar falleció sin hallarla, mucho me temo.
Pero de esto no nos habla Tolstoi. Menudo pájaro.+12Aquel deshollinador tan sonriente y cantarín les parecía de lo más repelente, algo inaceptable como causa de despido, así que aprovecharon para echarlo en cuanto varios propietarios lo acusaron de tejas caídas. Él, por su parte, puso un pleito a la comunidad con un abogado famoso por su arte en conciliar y en conseguir siempre las pruebas necesarias, como la videograbación de ese mismo día en la que se podía ver una camisa tras otra desprenderse de los tendales para bailar entre hojarasca, lo que señalaba al viento como autor de los hechos. Suerte que a la estrafalaria niñera de uno de los estirados vecinos le había parecido tan graciosa la imagen como para grabarla, y suerte que llevaba de todo en su bolso, incluso un paraguas mágico capaz de manipular la fecha de la grabación.
+3La grada aprieta. La lluvia arrecia con fuerza. El viento sopla con violencia. El ambiente no puede ser más hostil. Ajusto el pinganillo y aprieto el botón. - Le agarra de la camisa, es penalti.
Mi colega hace sonar su silbato y señala el punto que marca los once metros.
– ¡Lo ha pitado el línea!- Vocifera a sus compañeros el lateral derecho.
Una estampida humana avanza hacia mí. Un equipo entero se planta delante con la fiereza de una manada de leones hambrientos. Se encaran conmigo. Me piden explicaciones, me gritan. Incluso creo que me insultan, pero no estoy seguro. Me abstraigo de la situación llevando mi mente a otros lugares. Mañana tengo reunión de la comunidad de vecinos. El miércoles, pleito. Que se acabe ya el encuentro. ¿Quién me mandaría conciliar mi carrera de abogado con la de linier? Finalmente, se lanza el penalti. Gol. Final del partido.+12Una vuelta, otra vuelta, el recuerdo del olor del humo que emanaba de las chimeneas, las caras de pánico permanente, el llanto de los niños que se incrustaba como un eco, permitía que el insomnio gobernara mis noches.
Harto de todo ello acudí a comisaría para confesar que había cometido varios delitos: El policía incrédulo, me miró de soslayo pensando que estaba ante un anciano con demencia senil, intentó que me marchase, pero ante mi insistencia comunicó con el letrado de oficio.
Tras varios meses soportando las miradas indiscretas de toda mi comunidad de vecinos, al fin se señaló la fecha del pleito.
Tras el alegato desesperado de mi letrado me concedieron la palabra y tras quitarme el abrigo y enseñar mi camisa de las SS, me declaré culpable.
Fui condenado por delitos contra la humanidad.
Al fin pude conciliar el sueño, cuando el viento de mi conciencia amainó.+2Aquella mañana el viento de levante soplaba con tal fuerza, que la camisa del detenido flameaba como la llama de una vela justo antes de apagarse.
El paseíllo desde el coche policial hasta las puertas del edificio de los juzgados fue, lento, pesaroso y vergonzante, pues muchos viandantes le arreciaron con insultos, trompicones y hasta inmundos escupitajos, que la policía no consiguió evitar.
Yo, su abogado defensor, le esperaba en el seguro interior de hall del palacio de justicia, sin poder hacer nada por eludir aquel depravado comportamiento de la comunidad. No me atreví a salir a intentar conciliar aquel contubernio vituperable, previo al juicio, pues la turba, ya incontrolada, campaba a sus anchas.
Minutos después el juez sentenció, dando por archivado el pleito. Y aquel infortunado entrenador del equipo de fútbol local, que perdió aquel partido que propició el descenso de categoría, fue sentenciado al destierro de por vida.+1No me gustan los días de viento. Me recuerdan que ella fue la ciclogénesis de mi vida. Vivíamos en la misma comunidad y cada mañana, vestida con jeans y camisa tejana, bajaba saltando las escaleras camino de la Facultad. Cuando la oí en clase de práctica jurídica su pasión me atrajo desde la primera frase. Éramos tan distintos que quise contagiarme de su entusiasmo, y un año más tarde intentamos conciliar amor y trabajo. Ella abogaba por causas perdidas y yo aceptaba cualquier pleito para llenar la despensa. Cuando me anunció su embarazo pensé que sentaría la cabeza, pero fue el principio del fin. “No concibo la vida sin pasión” decía. He tenido una carrera tranquila pero me perdí el vértigo de vivir a su lado; ahora la reconozco en mi hija, como una nueva oportunidad, y el bufete queda en buenas manos con la entrada de aires nuevos.
+14Señor Juez: a mi clienta se le fue el marido, se le fueron los hijos, se le fue el capital y sin nada quedó.
Desde entonces no puede conciliar el sueño y pasa las noches enteras llorando.
Y ahora, los vecinos de la comunidad tienen un pleito con ella y la quieren echar de su casa, alegando que está totalmente loca.
¿Cómo estaríamos los demás en su misma situación?
¿Acaso no es posible ponerse en su piel y entender que aquella mañana de viento, mientras tendía una camisa que le recordaba su vida anterior, también se le fue la pinza?+9Avistó la costa desde su patera y su sangre fluyó de nuevo, la sed le abrasaba. Exhausto logró llegar hasta las dunas, donde a resguardo del viento intento conciliar el sueño. Se despertó confuso, con la camisa empapada, oyendo otras lenguas, con una botella de agua pegada al cuerpo. Contento de estar a salvo, repasó en francés los consejos de urgencia.
Le preguntaron de dónde era. Sabía que hablar poco era la sabia respuesta. Le dieron un pasaje de avión, bocadillos y unos euros. Con la frente pegada a la ventanilla pensó en su gente. Al aterrizar rompió a llorar. En una OENG le presentaron al abogado que, desinteresadamente, se encargaba de las gestiones y pleitos de esa comunidad. El letrado le ofreció también su propio despacho. Le entregaron ropa y un kit de aseo, se puso una chaqueta que le quedaba holgada y, pletórico, se echó a la calle.
+30Mi mañana empezó planchando la camisa, como siempre el tiempo aprieta y los minutos para prepararme corren como el viento, por lo que ese día implore a la comunidad relojera que adecuase el tiempo ya que yo soy incapaz de gestionarlo. Necesito tener mi momento de preparación antes de hablar con el compañero de la parte contraria, y apaciguar los ánimos entre las partes, porque como abogada se que un mal acuerdo es mejor que un buen pleito. No me faltan las ganas de pelear, pero a veces el motivo resta importancia, y discutir en los juzgados a que colegio ira el menor en un divorcio debería de abrir la mente a la cordura de cualquier profesional del derecho e intentar aconsejar sin pensar en el criterio del vencimiento, y así se lo explique a los míos sin contemplaciones:
- está clarísimo no cabe discusión, hay que conciliar!
+1Se colocó la corbata. Se puso la toga. Se dispuso a dar un último vistazo al caso, un tema de una comunidad. Era un pleito que no se había querido conciliar. El presidente se había investido de legitimación, sin acreditar acuerdo de la Junta.
En la ventana, el viento hacía temblar la persiana, mitigado por el ronroneo de la lavadora. Había montones de pantalones, camisas, sábanas… que esperaban a ser plegados o planchados.
En ese momento, entró un cliente, haciendo sonar el timbre sordo. Rápidamente, se despojó de la toga y acudió.
- Buenas tardes. Vengo a por mi traje. ¿Está listo?
- Sí, sí, claro. Un momento, por favor.
Se fue a la trastienda, desapareciendo tras las lavadoras y las secadoras. Preparó en una bolsa transparente el traje del joven Abogado. Soñó que algún día podía ser como él… a pesar de tener solo sesenta y siete años.+2-Elena, prepare el informe de la comunidad de vecinos del diecisiete, el "caso de la camisa almidonada"
-¿Otra vez esos pirados de enfrente?
-Sí, presididos por el portero y su lema, ¨caballo grande, ande o no ande¨, pretenden hacerlo por todo lo ídem.
Entro en antecedentes: La susodicha, volando de tendedero en tendedero, recorrió los balcones de los alterados vecinos, no dejándose ninguno por visitar.
Todos se quitan las pulgas de encima, no queriendo saber de la grisácea, rota y maloliente camisa.
El propietario, exige que asuman los costes de una nueva, a lo que se niegan, aduciendo como causa el fuerte viento.
El pleito más infantil puede complicarte la vida, y éste no lleva visos de solucionarse.
¿O si?.....
Rápido Elena, encargue a mi sastre la mejor que tenga, y no se olvide de almidonarla.
Nuestro fin es conciliar, y estar tanto para un roto, como para un descosido.+2No podía conciliar el sueño, contaba cada una de las horas del reloj que destellaba desde la mesita. El viento azotaba con fuerza contra la ventana. Ya me lo advirtió el presidente de la comunidad cuando viene a vivir aquí- “no podrá ni tender sus camisas”.
Pero no era el viento lo que me impedía dormir. Era este pleito en el que estaba sumiso y para cuya resolución no encontraba los argumentos necesarios.
Como argüir que mi cliente no era culpable. Todas las pruebas apuntaban hacia lo contrario. Pero yo creía en él-, ¿cómo podría no creer? Todo lo que soy se lo debía a él. Cada golpe de viento me susurraba “pregúntale, pregúntale”.
¡Basta!. Grité
Descolgué el teléfono: “he de preguntártelo”
El viento se calmó y el silencio inundo la noche. El reloj se detuvo y comencé a preparar el alegato que sacaría a mi padre de la cárcel.+4Juez: ¿Vamos a conciliar o continuamos con el pleito?
Denunciante: Yo no quiero acuerdo, quiero que la condenen.
Juez: Bueno, pues tiene Ud. la palabra. Cuénteme lo sucedido.
Denunciante: Pues verá, Señoría, somos vecinas de la misma comunidad. Antes éramos muy amigas, casi hermanas; todo lo hacíamos juntas...hasta ese día de rebajas. Ella vió primero la camisa pero yo la cogí antes y además me queda mejor a mi.
No me lo ha perdonado nunca. Por eso cuando el viento la arrancó de mi tendedero y cayó en su terraza se apropió de ella y no me la quiere devolver.
¿No ve, Señoría? ¡si la ha traído puesta!Juez: ¿Eso es así?
Denunciada: Eso es el Karma
+6Hacía más de un año que enterró a Juan, su compañero durante 60 años. No tuvieron hijos. Se tenían el uno al otro.
Al principio siguió poniendo la mesa para dos, compraba dos manzanas, dos huevos...Ahora no, casi ni come, ni sale. No conoce al vecindario. Oye risas, llantos y carreras de niños en la escalera, como antaño, cuando eran jóvenes.
Tampoco hablaba ya con Juan, solo mira su foto, no sabe cómo decirle que la Comunidad le había puesto un pleito por impago de cuotas, su abogado de oficio le había dicho que ejecutarían el embargo y perdería la vivienda.
Un lunes de gélido viento, vinieron a buscarle los Servicios Sociales, les esperaba con su zurcida y planchada camisa blanca. Se despidió con ojos tristes y turbios. No sabía dónde iba, pero seguro que por la noche lograría conciliar el sueño para encontrarse con Juan.+6Golpes y gritos provenientes del 2º C acompañaban al viento y la lluvia en la fría noche de sábado. Pedro y Ana no atravesaban su mejor momento. No tardó en aparecer la policía, así como los vecinos más indiscretos de la comunidad.
La escena era dantesca. Pedro, con la camisa empapada en sangre, intentaba razonar con la policía, mientras que Ana lloraba sin consuelo.
Pedro pasó los siguientes ocho meses de pleito en pleito y sin conciliar el sueño, en parte debido al gran golpe en la cabeza sufrido ese día.
Finalmente llegó el juicio definitivo, todo fue muy rápido:
—Este tribunal dicta sobreseimiento por falta de pruebas.
Pedro respiró aliviado, se había librado, aunque esta vez fue mucho más complicado que las dos anteriores. Si no se hubiese autolesionado contra el marco de la puerta todo podría haber sido muy diferente.
Algún día conseguirán pillarle. Pero no sería este.
+8Era una abogada de éxito. Ganaba todos los pleitos. No había abogado/a contrario/a al que no le cortara la cabeza. Sin embargo hubo uno que se le resistió: su pleito; el pleito de la conciliación.
Luchó contra viento y marea, para encontrar una solución. Solución que no sólo era necesaria para ella, sino para toda la comunidad.
En la sociedad en la que vivía, aún nadie había sido capaz de encontrar una solución para conciliar la profesión de abogada con la vida familiar.
Sudó la camisa cada día, estudió mucho y se reunió con importantes figuras políticas. Pero lamentablemente, tuvo que seguir dejando a su hija de 2 años con sus abuelos cada día, hasta pasadas las nueve de la noche, cuando conseguía terminar de redactar escritos, o preparar sus importantes juicios.+5Corría el año 2865 en la Tierra. Un abogado estaba harto de recibir sentencias inmotivadas, omisas y contradictorias. Deseaba un viento de renovación en los tribunales terrícolas y tomó una decisión: buscaría la justicia para su pleito en otro planeta. Conseguir el tribunal utópico fue bastante complicado, pero lo encontró en una comunidad de planetas de la Galaxia de Andrómeda. Contaban con un modelo procesal modernísimo. Redactó un contundente recurso y cargado de esperanzas lo envió por correo interplanetario. Varios años después le notificaron la respuesta. Nervioso leyó varias veces la sentencia y la guardó en el bolsillo de la camisa: "Su recurso ha sido admitido y rechazado con éxito. Con costas", dispuso el tribunal galáctico. Esa noche no pudo conciliar el sueño atormentado por el enigmático fallo. Tan parecido a los que recibía a diario, y que le habían impulsado a buscar infructuosamente la justicia de otro planeta.
+11El aviso retumbó en su oído. -¡Lo estamos revisando¡
Con un gesto sereno se llevó la mano al oído, desenredó el cable que se escondía bajo su camisa y, ajustando un pequeño micrófono, mantuvo una breve conversación. El juicio quedó interrumpido, comenzando a sonar en bucle los ya conocidos compases de viento y percusión. Mientras, una gran pantalla de plasma nos mostraba varios de los documentos del pleito y se trazaba una línea cronológica, destacando las fechas de cada uno de ellos. El juez miraba las imágenes e intentaba conciliar las indicaciones que le llegaban desde su auricular con mis tímidas protestas. En efecto, la acción de mi cliente contra la comunidad de propietarios estaba prescrita y se desestimó en aquel mismo momento nuestra demanda.
Todavía añoro aquella época en la que los juicios se terminaban, se dictaba una sentencia y había, incluso, posibilidad de recurso pero, son tiempos modernos.
+4Era mi último pleito y estaba tan nervioso como en el primero. O quizás por eso. La comunidad de propietarios había denunciado a mi cliente por provocar daños a la terraza principal. A ello se sumaba que no pagaba los gastos desde hacía años. Era un martes cualquiera de mucho viento. Las palmeras del paseo parecía que iban a despegar. Había tratado de conciliar con la comunidad un par de veces, sin suerte. Así que allí estaba yo en el juzgado, con mi camisa impoluta, la sonrisa de serie y la voluntad intacta de defender a mi cliente de lo que parecía un fracaso seguro. Entonces sucedió algo. Mi cliente se acercó y me dijo: "Don Carlos, sé que es su último juicio. Así que he decidido pagar. Puede jubilarse tranquilo". Solo entonces oí el despertador y recordé que tenía una hora exacta para estar en el juzgado. Último esfuerzo.
+8Soplan vientos de cambio. Hay una epidemia de despidos en los bufetes. Ross, el robot-abogado que no almuerza, tramita expedientes día y noche. Ya imagino al siguiente modelo de IA subiendo al estrado con camisa, toga de alpaca y peluquín. Llevamos toda la vida en el mundo de la abogacía, asistiendo a pleitos. Esta comunidad de abogados y procuradores nos es tan familiar como un patio de vecinos, conocemos palmo a palmo los juzgados y salas de vistas. ¡Malditos amasijos de metales y cables parlantes que nos van a jubilar! ¿Acabaremos recicladas como puntillas de unas enaguas?
-Margarita, hermana gemela, cálmate. Somos puñetas de encaje de bolillos cien por cien de algodón. Y continuaremos en la misma importante familia que nos acoge desde hace noventa años. El futuro ayudará a conciliar ambos recursos, letrados y robots se complementarán. Sobreviviremos los mejores, como siempre.+49Mi abuelo fue un gran abogado. Ya se había jubilado cuando nací, pero recuerdo que hablaba de sus actuaciones orgulloso como un pirata contaría sus aventuras por islas recónditas descubiertas por el azar del viento. Eran tan emocionantes que nos reuníamos los niños de la comunidad de vecinos en casa, él se ponía su antigua toga sobre su camisa y relataba sus historias. Que si una vez logró conciliar a un gigante y al gnomo que entraba en su castillo a pellizquearle la nariz mientras dormía; que si libró de la cárcel al Ratoncito Pérez acusado de allanamiento de morada; que si defendió en un pleito a un dragón enamorado de una princesa...; y así una maravilla tras otra. Ahora, de mayor, sé que eran solo fantasías, pero como él las ha olvidado, cuando está nervioso o llora, se las susurro para que sonría como cuando triunfaba en los juzgados.
+8Llovía a cántaros. Desde la ventana, Mario observaba a los viandantes batirse en duelo contra el viento, esgrimiendo inútilmente sus paraguas. Las gotas de lluvia golpeaban los cristales pretendiendo atravesarlos, cubriéndolos de lágrimas que, abatidas, resbalaban sin lograrlo.
Melancólico como el cielo, Mario lamentaba haberse dedicado a la abogacía contraviniendo los deseos de su padre, al que tanto decepcionó. Ahora, demasiados problemas le impedían conciliar el sueño: debía mendigar sus honorarios, que apenas cubrían todos sus gastos, la clientela escaseaba, los pleitos se eternizaban…
Volvió quedamente al escritorio y miró taciturno su fotografía de bodas. La extravagante camisa que lucía su marido le hizo sonreír y recordó lo mucho que significó para ellos aquel día. Comprendió entonces que nadie mejor que él, miembro de una comunidad estigmatizada, podría defender los derechos heridos de los más vulnerables.
Aquiescente, la tormenta cesó y dedicó a Mario un brillante y hermoso arco iris.+23— Disponemos de recursos escasos. Las tasas resultan insuficientes. Este proyecto persigue conciliar tutela de derechos y sostenibilidad del sistema. Nuestra Justicia volará pronto con viento de cola...
-— Perdona, Ministro, la pela es la pela, pero caer tan bajo...
— Cierto, Consellera. Como responsable de la Comunidad de la Abogacía, no nos veo vistiendo togas convertidas en monos de piloto de Fórmula 1.
— Todos llevamos, gratis, logos en la camisa, la manzanita en los portátiles...
— Jueces del Supremo interrumpiendo los pleitos mediáticos: “las alegaciones, después de la publicidad”. ¡Me parece irrespetuoso!
— Y a mí, una pasada anunciar en una web oficial: “tu placer durará más que un macrojuicio”.
— O que las sentencias se dicten en nombre del Rey y del brandy “Majestad”, “que es cosa de soberanos”...
— Las tres... ¡Entramos en directo! ¿Podrían girar las botellas de agua, que salga la etiqueta del patrocinador?
+55Conciliar vida laboral y familiar puede ser un derecho, pero sobre todo es necesidad. Yo vivo solo, así que debo conciliarme conmigo mismo, pero como verán también con mi gran familia de vecinos.
Vivo en una comunidad conflictiva, y quién lo diría en un edificio de solo ocho puertas. Tenemos tantos pleitos como combinaciones entre las puertas son posibles, y todos los llevo yo, porque soy abogado y como excepción me llevo bien con todo el vecindario.
Al principio eran menudencias, camisas manchadas en el tendedero y cosas así. Luego la brisa se hizo viento y éste temporal, y rara es la puerta que no tiene un ocupante con orden de alejamiento de otro vecino.
Así que para evitar encuentros prohibidos en mi despacho, decidí trasladarlo al ascensor. Voy planta por planta recibiendo visitas para preparar adecuadamente el próximo juicio, y para verme no tienen más que pulsar el botón.
+12“Visto para sentencia”. Acaba el juicio. Finaliza la conexión. Cuelgo la toga. Vuelvo al trabajo, ya en mangas de camisa. Asumo las novedades. Soplan otros vientos. Pero no me acostumbro, ni quiero, a los juicios telemáticos, desde mi propio despacho.
La tecnología facilita el control del pleito, sin duda. Permite conciliar múltiples tareas, completar cualquier trámite y hasta celebrar juicios sin salir del despacho. Muchas ventajas, sí pero echo de menos el pasillo del Juzgado donde diariamente campaba esa comunidad de abogados y procuradores en puertas de la sala de vistas. Añoro el ir y venir de togas, los encuentros y reencuentros con los colegas, las negociaciones de última hora, nervios. Y manos tendidas al bajar de los estrados. Extraño ese ambiente efervescente en el corredor que ya casi nadie transita y que ahora sólo alberga el silencio de los que ya no comparecen.
El progreso. ¿Qué será lo próximo?
+14–El uniforme de mi papá es azul oscuro, tanto el pantalón como la camisa, que además tiene un escudo muy chulo, como los que llevan los jugadores de fútbol.
–Mi papá no tiene uniforme. Él siempre va a su trabajo en chándal. Dice que es más cómodo y que le permite volar como el viento.
–Pues mi papá, siempre, siempre, siempre, usa traje de chaqueta y corbata. Pero a mí, lo que más me gusta es su capa de Batman. Aunque solo la usa cuando va a un sitio que se llama “pleito”.«Jamás pensé trabajar en una comunidad donde el hijo de un policía, el de un narcotraficante y el de un abogado, fueran juntos al mismo colegio. Me da a mí, que este AMPA no es como los demás. Creo que, por fin, voy a poder conciliar mi trabajo de estríper y maestra».
+22No os engañéis. Conciliar vida personal y laboral es de lo más difícil que hay. Hoy mismo he despertado a los niños, he preparado su ropa, su desayuno y cuando he ido a recoger del tendedero la camisa que me lavé anoche a las 23:30 ¡se la había llevado el viento! El grito que he pegado ha debido oírse en toda la comunidad de vecinos, pero es que no tenía plan B. Todavía tenía que llevar a los niños al colegio y llegar a tiempo al pleito de las 9:30. Me he serenado, he respirado hondo y he encontrado la solución. Si me cruzo bien la toga y no me quito el pañuelo del cuello, ¿quién se va a percatar de que llevo una camisa llena de huellas de deditos pringados de chocolate y una mancha azul de procedencia desconocida? Solo una madre sabe valorar la utilidad de una toga.
+2Aún guardo con cariño la camisa que me regalaron en la fábrica. Ya no me entra, tantos años y tantos kilos después…
Fue un pleito complicado de conciliar. Mi cabeza estaba con la ley pero mi corazón me decía que aquellas mujeres, que se dejaban la vida entre ruidosas máquinas de coser, tenían razón en su intento de proteger el pan de sus hijos.
De un día para otro el viento a favor empezó a volverse en contra. Las máquinas callaron. Pero ellas no. Lograron entrar de noche en la fábrica y la 'okuparon'. Eran una comunidad unida en la adversidad.
El dueño las denunció, claro. Y en los juzgados nos encontramos todos. Cuando me enteré de que era yo el encargado de poner ley y orden no me llegaba la camisa al cuello.Hoy, las camisas, las máquinas, mi sentencia y quizá yo mismo somos vetustas piezas de museo.
+5Algo en ella me dificultaba conciliar el sueño. Tal vez su empeño por voltear alguna de mis preguntas, o ese esfuerzo suyo en desviar temas laborales, o quizás la sombra que oscurecía su mirada cada vez que le hablaba del pleito con mi ex-mujer. Ayer, durante el juicio, lo comprendí todo. La abogada de la parte contraria, luciendo su melena al viento y una de mis mejores camisas bajo la toga, expuso su defensa de forma elocuente y brillante, fulminando el alegato de mi abogado. Consiguió, para su defendida, el reparto más ventajoso de nuestra comunidad de bienes gananciales. Fuera de la sala, entre estrechamientos de manos y felicitaciones, se me acercó. “No podía contártelo. Lo entiendes, ¿verdad?”, me susurró. Yo, un hombre menos solvente que antes del juicio, la abracé. Mis miedos y sospechas habían desaparecido. Me sentí enamorado y orgulloso de ella: ¡la brillante abogada de mi ex-mujer!
+39Mi cliente ya estaba advertido. Su cruzada judicial contra la comunidad de propietarios del bloque donde vivía había sonado a tripas desde el principio. “La pasión justa con que enfrentar un pleito -le había dicho- no brota de las vísceras; progresa con rigor desde la cabeza, proyectando la voluntad del corazón”. Pero en algún punto me cansé de ponerme tan poético, así que zanjé aconsejándole no meterse en camisa de once varas, ser más pragmático, tragarse las ganas y buscar la forma de conciliar posturas. Todas buenas palabras, sabias, pero a todas se llevó el viento, pues mi cliente no quiso otra cosa que ser el más rápido desenfundando su demanda; y así se hizo. Un año después, aquí estamos, reunidos, con una muy mala sentencia que echarnos a la cara, y al bravucón sólo se le ocurre decirme una cosa: -en menudo lío me ha metido, abogado-.
+4Aquella mañana el viento soplaba con fuerza. Las palmeras se inclinaban doblegadas. Me había puesto mi camisa favorita y mi mejor traje. El asunto lo merecía. Que la comunidad de propietarios “Urbanización Costa Milagros” hubiera confiado en mí suponía un gran paso. Y eso que estuve a un tris de rechazarlo. A veces no es fácil conciliar familia y trabajo. Hay quien no comprende la ansiedad de un recién colegiado. Necesitas calmar la adrenalina, y sobre todo, necesitas abrir expedientes. Como sea. Entré a la sala y allí estaba, sentada en el banquillo, con cara de pocos amigos. El juez se encajó las gafas y examinó la causa. Luego alzó la vista y me miró. Después miró a mi madre. Yo estaba la mar de tranquilo: colocar macetas en la ventana se había prohibido en la última reunión. Más claro, el agua. ¡Iba a ganar mi primer pleito!
+3En los tiempos donde nos tocó crecer no había libertad sexual; pero tampoco la echaba en falta, ya que pasé mi juventud con un bigote ralo, en pleito constante por invadir terrenos a una comunidad de espinillas. Todo ello me ayudó bastante a desistir del intento de conciliar apetitos y jurisprudencia, aplicándome por ello al estudio de lo segundo. Sin embargo, un día, harto de no mirarme al espejo, descubrí que mi bigote había desahuciado a las pústulas; y que con una corbata anudada al cuello de mi camisa, había mutado de ridículo a interesante. Al final, inmediatamente después de aprobar notarías, logré emparejarme con aquella chica por la que bebía los vientos.
Mi hijo es un retrato hiperbólico de mi adolescencia. Muy feo. Tengo fundadas esperanzas en que será un bello registrador.
+42Me casé con un gallego que, como casi todos, tiene un punto misterioso e irritante.
Siempre sabe cuando gano un pleito.
Entro y dice: - Venciste, ¿verdad?
O:
- ¡No te preocupes… cambiará el viento!
He llegado a creer que pertenece a la Comunidad del Anillo.
Para salir de dudas, hoy le he preguntado directamente cómo:
– ¡Es muy fácil, cari! En cuanto entras te olfateo. Si ganaste, liberas mucha adrenalina y hueles fuerte a sudor.
Me ha dejado avergonzada, pero al momento he reaccionado: …¡igual que cuando pierdo!, ¿no? ¿acaso cambia el aroma…?
Y él, sin dejar de plancharme la camisa, ha espetado:
–No, oler hueles lo mismo, lo que pasa es que arrojas el maletín con peores modales.
He sonreído sin comprender lo absurdo de su argumento. En fin, mientras siga pensando que el sudor es por estrés, podré conciliar -como hasta ahora- nuestro matrimonio con el adulterio.+24¿Cómo conciliar ante la comunidad su profesión de abogado con la de médium y cambiar de actividad como de camisa para pasar del terrenal mundo articulado en leyes a las esferas de los desaparecidos? Fácil para Eduardo Alvires. En su consultorio, un discreto limbo entre ambos mundos sito en la Calle de los Vientos junto al Tribunal de Justicia, asesora a colegas en pleitos sobre libertades, derecho europeo o cuestiones penales en línea directa con Tocqueville, Montesquieu o Hans Kelsen. Su voz, al reproducir las inflexiones del propio Cicerón, insufla coraje a clientes desanimados.
Una vez enterado de un caso, Alvires desaparece por la escalera del sótano para regresar de las profundidades con sabios consejos de los espíritus, ojos inflamados y un leve temblor de manos. La fe de los parroquianos en sus poderes es inmensa. Tanto como la biblioteca jurídica que esconde en los bajos del consultorio.+11No podía conciliar el sueño. Desde que aquella mujer entró en mi bufete y me habló del pleito interpuesto por la aseguradora del seguro de vida de su marido. Todo se centraba en un artículo de la comunidad de bienes que habían constituido al casarse, un punto de la póliza y el hecho causante de la muerte. Le rogué que me narrase lo sucedido.
Me dijo que aquella tarde, escuchó un ruido seco que confundió con un trueno de la tormenta. Después, fue al comedor y observó cómo el viento empujaba las cortinas sobre el rostro de su marido. Él permanecía en su sillón, junto al balcón, sin mostrar el más mínimo gesto. Solo una mancha roja en su camisa, que aumentaba poco a poco de tamaño, rompía el tono gris de la tarde.
A sus pies, su hijo jugueteaba entre sus manos con una pistola, todavía humeante.
+31