Imagen de perfilCacacarlos

José Ignacio Rodríguez García 

Cacacarlos. El tartamudo. El tartaja. La ametralladora de palabras. En el instituto le hicimos la vida imposible y, sin embargo, ahí está. De honorable juez. Cacacarlos. A veces le llamábamos ‘el cacas’. Para abreviar. Así de sencillo es gestar un mote. Así de cruel crear una identidad. Cacacarlos. El bullying se ninguneaba en aquella época y las víctimas no gozaban de la protección actual. No pocas veces nos metimos con él: “tra-trans-transversal”, pronunciaba, por ejemplo, y nos moríamos de risa. Cacacarlos. El hombre que me va a juzgar. Aquel que se perdió el baile de primavera. Aquel que, lleno de vergüenza, no pudo viajar a Mallorca. El mismo que decidirá sobre mi destino. Me mira y me reconoce. Cacacarlos. Temo su rencor. Me da miedo el retorno de mi desprecio. Sin embargo, logra tranquilizarme con un simple gesto. “Voy a ser justo”, hablan sus ojos. “Yo no soy como vosotros”.

 

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