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Marta Trutxuelo García 

Las manecillas del reloj de la sala de espera jugaban a hacer malabares, mientras mi compañero de estancia escondía la mirada. La situación era inédita, un meneo al sistema judicial sin precedentes, que nadie sabía cómo solventar; en la revisión médica nos habían inoculado un virus muy contagioso y había que evitar que la pandemia afectara a toda la judicatura: todos los vacunados habían incurrido en graves faltas. ¿Casualidad? Quizás, pero los abogados implicados mostraban problemas de comprensión, físicos… Frente a mí, el magistrado que, como yo, acudía al médico para comprobar los efectos de la vacuna, me comentó: ojalá no afecte al «DAN», afirmó. «ADN», rectifiqué. Dislexia, afirmé para mis adentros. Soy optimista, veo mi futuro tan verde como la pradera de ese cuadro, concreté. Nadie se percatará de mi daltonismo, pensé satisfecho, mientras él asentía y sonreía socarronamente frente a la imagen enmarcada de… el «Gernika» de Picasso.

 

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