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Nicolás Montiel Puerta 

— Todos acaban aquí. Como los elefantes, saben donde tienen que morir. Va en su ADN. Llevan viniendo a la Gran Pradera desde el principio de los tiempos, para que su espíritu encuentre el camino de la Verdad. Pero ahora, fíjate, esto está desbordado. Como si una pandemia hubiera devorado las togas y los legajos, arrasando audiencias y juzgados. Y los abogados errantes, perdidos en el laberinto de leyes y sentencias, de pruebas y presunciones, expuestos a cualquier meneo de la norma procesal, en un último intento de solventar lo que no supieron solventar en su día. Hallar la paz.
— ¿Están locos, padre?
— Cómo no habrían de estarlo, hijo mío, si lo que buscan es Justicia.
— ¿Por eso hablan solos?
— Claro, le dan vueltas y vueltas a la cabeza, y nunca descansan.
— Yo no quiero ser abogado, padre.
— Amén a eso.

 

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