I Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Ilustración: Juan Hervás

Menage a trois

Rafael García Martín · Algorta (Vizcaya) 

Aunque las pruebas eran abrumadoras en contra del marido, nadie pudo acreditar que fueran suyos los incoherentes zapatos de payaso que aparecieron, rotundos, sobre el lecho. Para la policía, no obstante, el mayor misterio seguía siendo la rodaja de limón que destacaba en los labios entreabiertos del cadáver desnudo de Paola Stenberg. El abogado nunca soñó con que absolvieran a su cliente en semejante contencioso. De hecho nunca supo a ciencia cierta cómo lo había conseguido. A sus espaldas, el juez supo encontrar un resquicio en el código penal con que comprar el silencio del acusado. Esa misma noche, mientras esperaba a los de la mudanza, quemó la peluca y el resto del disfraz, pero sin saber porqué, guardó la roja nariz en la maleta.

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Relatos seleccionados

  • Día de perros

    Ignacio Hormigo de la Puerta · Isla Cristina (Huelva) 

    La mudanza, la pensión desorbitante, ir a coger el porsche y comprobar que mi ex ha cambiado el código del garaje... Con la de divorcios contenciosos que llevo a las espaldas y tenía que salir trasquilado del mío. Así no hay manera de concentrarse en un caso. Esta mañana, en el juicio, a mi cliente, Mario el Punzón, su mujer le ha sacado hasta los higadillos. Espero que se lo tome con deportividad, ese tío me da escalofríos. Buff… qué horror; la cocacola en vaso de plástico y sin rodajita de limón. Odio comer en estos sitios pero, claro, a los niños les encanta… todo sea por ganar puntos. Lo que faltaba, el payaso de los globitos se acerca con una estúpida sonrisa de satisfacción. ¿Qué querrá? Los niños ya tienen sus globos. Es gracioso… si no fuera por el maquillaje y la peluca, sería igual que el Punzón… clavadito.

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  • Oriente Miedo

    Antonio Manuel Fernández de Blas · Madrid 

    Estoy harto de estos “limones”, siempre fumando a la puerta de su restaurante y dejando fuera de los contenedores de basura los restos de su asquerosa comida. Seguro que tienen escondidos en esa camioneta de mudanzas, sempiternamente aparcada enfrente de su local, a una docena de tipos de ojos rasgados haciendo esos horrorosos payasos que luego venden en sus tiendas. Pero tengo que solucionar este contencioso cuanto antes. ¿Por qué no me comería la boca un cerdo cuando dije en la Junta de Vecinos que era abogado? Siempre me como todos los marrones. En fin, ya no tiene remedio. Quitarán el aparato de aire acondicionado como me llamo Ricardo Cendrero. Ya me ha visto. Seguro que avisa al jefe mafioso con ese código de silbidos. - ¿Tú deseal algo? (Vamos, Ricardo, saca tu hombría? Demuéstrale tu retórica convincente. Ahora o nunca) - Te.. tendrían una mesa libre pa.... para el próximo sábado?

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  • Los apuntes

    Eduardo Morena Valdenebro · Madrid 

    Dicen que el alma pesa 21 gramos, igual que mis apuntes de derecho, una quimera. Añadido al margen podías encontrar el código de barras de mi conciencia, el cincel de esculpirte el destino si te cruzas conmigo y, de serie, unas vísceras a prueba de úlcera. Nunca salía sin ellos. Ayer, al ujier de lo Contencioso, le parecieron apropiados para envolver el bocadillo. Chipirones al limón. Sin el amparo de esos folios llevo días litigando como un payaso y acabo de pedir el traslado. Intuyo que mi rostro clama justicia porque, en la mudanza, han aparecido “milagrosamente” tras un archivador. Repasándolos, he descubierto con estupor toda la sapiencia de aquellos márgenes anegada de salsa de chipirón. Así, inservibles, los he dejado distraídamente sobre la mesa del funcionario. El cabrón, ni los mira. Solo dice que los chipirones le siguen repitiendo noche tras noche, como si tuvieran alma. Le creo.

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  • Santa Claus

    Manuel Merenciano Felipe · L Eliana (Valencia) 

    Sí, ya lo sé; desde que perdí en la mudanza el disfraz de payaso se me ha hecho el carácter agrio como el limón. Dicen en los juzgados que me he vuelto un amargado, que ahora soy cicatero y contencioso, que no hay dios que me aguante. ¡Qué sabrán ellos! ¿Acaso piensan que puedo vivir con esa miseria que pagan por el turno de oficio? ¿Acaso creen que vale la pena pasarse las noches en vela engullendo el Código Penal para defender sicarios, violadores y chorizos de tres al cuarto? ¿He de amparar yo a toda la escoria de la sociedad? Al menos, mi otro oficio es más creativo, y mejor remunerado. Me he ganado a pulso una reputación. Me conocen en muchos países extranjeros y hasta he salido en televisión. Necesito mi vestimenta de payaso. Me niego a atracar el próximo banco con un ridículo traje de Santa Claus.

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  • Locura circense

    William Teixeira Correa · Montevideo (Uruguay) 

    Enfermo de celos, esperaría a que terminara la función nocturna. Sabía que el payaso y la contorsionista se veían a escondidas todas las noches en la casa rodante de ella. Los sorprendería desnudos, asquerosa y grotescamente entrelazados. Encendería la motosierra, que habría tomado prestada del mago, quien la usaba para partir en dos a su esposa todas las noches. Los descuartizaría. Arrojaría luego sus pedazos a la jaula de los leones, quienes los devorarían gustosamente. Aquello dirimiría definitivamente el contencioso que mantenían. Luego planificaría la mudanza y abandonaría el circo. Y mientras imaginaba el desenlace, bebía con deleite la limonada que había preparado con los limones del último número del malabarista. El código penal castigaba con cadena perpetua semejante crimen, como ex abogado lo sabía bien, pero sin reo no habría castigo. Había llegado la hora. Pero, ¿y ese ruido? ¡La motosierra! ¡El mago saliendo de la casa rodante… ensangrentado!…

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  • Extraña jurista

    Antonio Díez Nuñez 

    Tenía cierto malestar físico. Quizás el último contencioso y la mudanza al chalé, le habían dejado extenuado. Una extraña y hermosa joven se mudó el mismo día junto a su casa. Se miraron y por un momento pareció insinuársele. “No puede ser ya soy mayor”, pensó. La sorpresa fue cuando al día siguiente en el juicio de un oscuro caso de asesinato, apareció como defensora. Conocía el código punto por punto. Se movía con sutileza por la sala cautivando al jurado y dejó al juez con cara de payaso. Al marcharse le miró a él provocadoramente. Furioso la siguió en el coche hasta un lúgubre local. Allí estaba, sentada con un escote y una minifalda de infarto. Pidió algo con limón y subieron a otra estancia. Excitadísimo, se quitó la ropa. Ella, sonriente, se desabrochaba el abrigo. Él, sorprendido, descubrió entre el forro el filo de la guadaña.

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  • Importante cambio

    Maribel Romero Soler · Elche (Alicante) 

    Nunca quise ser juez. A mí lo que de verdad me gustaba era el circo, pero mi padre, Magistrado de la Sala Tercera de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo, fue el encargado de dirigir cada uno de mis pasos. Cuando falleció colgué la toga. Hoy soy payaso. Visto una camisola amarillo limón, uso zapatos grandes, nariz roja y peluca azul, y el único código que dirige mi vida es la voluntad. Soy feliz. Hace ya seis meses que abandoné los juzgados ante el estupor de mis colegas —que de vez en cuando vienen a visitarme bajo la carpa— y acabo de cerrar mi piso de trescientos metros en la zona más lujosa de la ciudad. ¿El único problema? La mudanza: no me cabe el piano en la roulotte.

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  • Gloriosa despedida

    Paula Oliván Sancho · Barcelona 

    Preparando la mudanza, apareció un código civil de pergamino, edición de 1932. Me lo regaló Don Serafín, para el que trabajé de pasante, después de su última vista ante los Tribunales: “Aquí tienes todo lo que necesitas para ser un buen abogado”. Él era un hombre sabio en una época en la que toda la legislación cabía en dos tomos. Recordé como aquella mañana, antes de partir hacia la Audiencia, hizo gárgaras con agua y limón para aclarar la voz, se ajustó la pajarita y se caló el sombrero. Sostenía que llevar un asunto contencioso era como actuar en un gran teatro. Cuando lo vi entrar en la sala, engalanado con la toga, empecé a hacerle señales desde el público. Pero él no me veía con sus ojos septuagenarios. “Señor letrado", le dijo el joven y petulante magistrado, “haga el favor de quitarse el sombrero, ¡parece Usted un payaso!”

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  • Injusticia

    Pedro Antonio Herreros Rull · Jaén 

    En la mudanza, aún siendo un niño, me castigaron mis padres por algo que no había hecho. La lámpara de color limón se rompió … el gato la empujó y se cayó. Pero no pude explicarlo. Cuando fui a manifestar lo sucedido tuve por contestación un ¡cállate! … que imposibilitaba esclarecer la verdad. Aquello me enrabietaba, me frustraba. Conocí por primera vez la injusticia. Hoy soy abogado. Procuro realizar mi trabajo con ilusión. Intento estudiar el código y la jurisprudencia que lo interpreta con el fin de argumentar una defensa que dirima a mi favor el contencioso. Pero cuando inicio mis conclusiones y observo a Su Señoría retrepado en el sillón, bostezando, desviando la mirada invitándome a que termine ¡ya! -no necesita oirme para dictar sentencia- me siento un payaso …, me acuerdo de mi niñez y la vuelvo a reconocer: otra vez la misma injusticia.

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  • Ginebra con limón

    Juan Herranz Pérez · Ejea de los Caballeros (Zaragoza) 

    Cuando el abogado de la acusación explicó que el ladrón había entrado en el banco con una careta de payaso y amenazando al director con una pistola de plástico, en la sala se escuchó un hilarante murmullo. Según el letrado, el caco conocía perfectamente el código de seguridad de la caja fuerte, pero al abrirla sólo encontró un gin-tonic con una rodaja de limón. Salió desesperado de la sucursal y el falso camión de mudanzas que debía esperarle, se había marchado. Su particular contencioso con el banco donde había trabajado veinte años le había salido completamente mal. Sentando en el banquillo de los acusados, el prejubilado que pretendía un suculento finiquito extra, se acordaba del compañero al que había revelado todos los puntos de su plan. Le maldijo y repitió humillado las últimas palabras con las que se despidieron: “Te esperaré en Hawai con un gin-tonic en la mano”.

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  • Juegos de niños

    Antonio Díaz López · Petrel (Alicante) 

    Harvey Dent, fiscal, interroga con un grueso código: “¿Niega que le atacó con nocturnidad y alevosía?”. El acusado, todo de negro: “Pero el payaso atracaba un banco…”. El fiscal le mira con la mitad quemada de su cara: “¡Le ha llamado payaso! ¡No es más que un hombre de negocios dedicado a las mudanzas! Aquella noche sólo estaba trabajando”. Ajustándose la capucha, el acusado protesta: “¡Pero mire su pelo verde! ¡Y esa cara blanca!”. Desde el banquillo, el Joker se ríe: “¡Dale duro Dos Caras!”. “Su señoría Enigma, exijo que emita sentencia ¡Batman se ríe del contencioso y demuestra clara animosidad hacia mi cliente!”. La abogada defensora, melena rubio limón, callada. El juez, toga verde con interrogaciones, levanta el mazo: “Diez años”. Arrastran al acusado dos alguaciles. “¡Pero Papá! ¡Batman nunca pierde!”. Silencio. “Anda recoge, vamos a cenar”. En el banquillo, aún silenciosa, se sienta una Barbie.

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  • Juego de rol

    Elisa García García · Burgos 

    Era un hombre calvo, circunspecto y siempre vestía de negro, como su padre. Había consagrado su vida al ejercicio de la abogacía, también como su padre. Un día se acercó a la biblioteca a consultar cierto tratado de Derecho Mercantil para la mejor defensa de un cliente que mantenía un contencioso con una empresa de mudanzas de Estocolmo. Al extraer el volumen, de repente sintió sobre su despejada cabeza todo el peso de la Ley, concretamente el del Código de Derecho Marítimo que reposaba en lo más alto del infinito estante. Nuestro serio amigo despertó aturdido en la cama de un Hospital, un melenudo payaso con la cara pintada y chaqueta de color limón lo observaba preocupado. Menudo fantoche, pensó, pero le resultaba familiar; el abogado intentó recordar. Entonces el payaso le habló: ”Cuando me avisaron estaba aquí, entreteniendo a los niños en cirugía; subí a verte enseguida, papá”.

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  • Código buena mudanza

    Álvaro Bourkaib Fernández de Córdoba · Madrid 

    Código de la buena mudanza (por un abogado). 1.- No haga el payaso, contrate a una empresa especializada. Me mudé a la Plaza Mayor hace unos meses, ya sabe: casa preciosa, mucha historia.... sin ascensor. Todavía me duele el esguince de rodilla; y el lumbago, dicen, cuando te ha dado una vez es para toda la vida. 2.- Deje algo en la casa. Por mugriento que esté, tenga por seguro que el siguiente inquilino lo verá como un tesoro (¡qué cutres somos a veces! -sí, todos lo hemos hecho, así que no haga como que le sorprende-). 3.- Si el lanzamiento ha sido contencioso, tómese su pequeña venganza: llévese todos los tapones de la casa. Total, es seguro que no le devolverán la fianza... (versión urbanística del conocido teorema “si no quieres sopa, taza y media”, “un limón y medio limón” o “donde las dan las toman”). Da un gustito...

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  • Busca y captura

    Cristina González Cansino · Benalmádena Costa (Málaga) 

    Hoy no había juicios, el Juzgado de lo Contencioso Administrativo estaba de mudanza. En la radio la canción “Maruja Limón” cantada a dúo con un funcionario, que miraba nostálgicamente la foto de un payaso, eran otros tiempos. Yo, escondida en el armario de procedimientos de 1.999 con un código incrustado en los lomos. Intentaba encontrar mi demanda, en la que reclamaba treinta mil pesetas. Necesitaba que la proveyeran, ya era hora. Pensaba ponerla en la mesa del juez, para ir adelantando. De repente, noto un balanceo, no me queda aire, no importa ya tengo la carpeta a eso he venido. Las piernas dormidas pero yo firme, esperando un despiste para salir. Por fin no oigo nada. No se cuanto tiempo llevo dentro. Abro la puerta, es la sala del jurado en pleno juicio. Lo único que alcanzo a decir, antes de caer de bruces es, Con la venia Señoría.

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  • El beso

    Ignacio Grau Grau · Valencia 

    Me lanzó un beso, sí, la Juez me lanzó un beso justo antes de decirme: - Letrado, no admito informes orales en los juicios de faltas, no suelo escuchar a la acusación particular. En otro supuesto, empuñando mis códigos, habría alegado nulidad de actuaciones. Era inexperto pero no un payaso. Me lanzó un beso y una sonrisa fresca como el limón granizado ¿Para qué contradecirla? La Fiscal acababa de pedir condena. Atravesaba el Rubicón; amor judicial, amor fiscal, amor de mis clientes, solo restaba amor del fedatario. No era un sueño, o sí, pero no podía desvanecerse. Iba a ganar este contencioso millonario con lo que pagar mi mudanza. Aprecié esos gestos de complacencia. ¿Por qué no? Era joven y astuto, y SSª joven y hermosa. La Autoridad lo tenía claro. Iba a ganar, lo juro, seguro que sí, iba a ganar: perdí. Leyenda: Cuidado con los cantos de sirena.

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  • Miserias del circo

    Alberto Artaza Varasa · La Coruña 

    Reconozco que al principio lo de ser abogado de un circo me ilusionaba y me llenaba de orgullo, aunque ya supusiera que ese podía ser hoy en día un mundo decadente y algo miserable. Bien poco me imaginaba. Conseguí que salieran con bien de los impagos de la publicidad de su última gira; les gané tres contenciosos que mantenían con otros tantos ayuntamientos. E incluso conseguimos evitar que trascendiera la denuncia del veterinario por el escabroso asunto de la castración del elefante. Aún así no me perdonaron mi desliz con la trapecista. Resultó ser la novia del payaso, un tipo de Sicilia, agrio como un limón, con un código de honor siciliano, claro. Acabo de hacer la mudanza del despacho a un bajo sin escaleras. Tardaré algunos meses en reponerme de la “exclusiva” función a la que fui invitado para corresponder “como se merecería” un trabajo tan profesional.

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  • Amores de risa

    José Manuel Hernández Miralles · Albacete 

    El Código Civil dejaba lugar a pocas dudas y mi abogado había expuesto una tibia defensa; así que, el contencioso se resolvió en mi contra: mi mujer me exprimió como un limón. Debía hacer mudanza en poco tiempo: sacar mi ropa, mis enseres, mis libros y mis discos de Miles Davis -¡Qué asco de música!, sentenciaba constantemente mi suegra- del que había sido nuestro hogar durante años. Yo trabajo de cómico, todas las noches, en un local del centro. ¡Qué ironía! Ayer ocupaban la primera mesa mi mujer y mi suegra; les hacían gracia todos los chistes que contaba. Se me hizo raro que mi abogado estuviera en una mesa más atrás, solo. También se partía de risa. ¿Será esto una cruel metáfora de mi vida de payaso?

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  • Deseo oscuro

    Maria Begoña Castilla Cartiel · Zaragoza 

    Me duele la cabeza, la última ginebra con limón sobraba. Que iluso, yo, el mejor abogado de la ciudad convertido en un auténtico payaso, un pelele de esa mujer, Recuerdo sus primeras palabras: “Soy nueva en este lugar, apenas hecha la mudanza, ya necesito ayuda legal”. Y …recuerdo sus ojos, sus labios, las manos acariciándose el pelo, su pecho provocador, sus piernas rozando las mías distraídamente mientras habla. Desde ese día vivo obsesionado. Abro el código con ánimo de estudiar y no puedo, su olor inunda mi despacho. La deseo, mi cuerpo palpita de pasión, anhela el roce con su piel. Furioso, tiro de un manotazo el expediente contencioso administrativo, víctima expiatoria de mi rabia contenida, de mi frustración. Besar su cuello, morder sus labios, sentir su excitación, bucear con mi cuerpo sus secretos ocultos, descubrir el placer que su voz sugiere. Loco de deseo vago sin rumbo, borracho, desesperado…

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  • Aptitudes malogradas

    Dori Siverio Fumero · Santa Cruz de Tenerife 

    Siempre quiso ser payaso pero se hizo abogado, porque como decía su taimada abuela paterna: “Es código de familia; el padre de tu padre era abogado y también tu abuelo lo era, como además lo fue mi esposo”. Al enfrentarse a su primer trabajo, un divorcio contencioso, tuvo sus dudas, pero ayudó a su cliente a desvalijar al marido y consiguió que ella quedara en una posición espléndida. Cuando el esposo fue a hacer la mudanza de la que antes había sido su casa, se sintió un poco culpable. El pobre hombre, arruinado y entristecido, parecía un alma en pena, mientras su ex mujer, sentada en el sofá y bebiendo un vodka con limón, lo miraba sarcástica, satisfecha. Trató en esos momentos de animar al hombre diciéndole algo ingenioso, pero éste le espetó malhumorado – ¡Es usted un payaso! –No, por culpa de mi abuela –señaló flemático.

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  • Cambios

    Lola Sánchez Lázaro- Carrasco · Pozuelo de Alarcón (Madrid) 

    Inmerso en mi mundo, entre códigos, citaciones y sentencias, recordé la cita. Corrí, compitiendo contra el tiempo, al bar donde habíamos quedado. Al verla, un rayo nostálgico me fulminó y quedé sumido en una tristeza infinita, como un payaso sin sonrisa. -Hola, Marta.- Como respuesta, una mirada glacial. Por inercia pedí dos vodkas con limón. -Al grano, Juan. Por tu mudanza no te agobies, está todo en el portal. Y como no quiero liarme contigo en un contencioso, me quedo con los niños, casa y pensión compensatoria. -Sí, guapa, ¿y qué más? -¿Cómo se llamaba tu última conquista? ¿Joanna? Menor, inmigrante ilegal,...Una criatura inocente, ¿verdad? ¡Qué rápido aprenden los niños! Fíjate, por 3.000 euros tengo un tesoro. Sé que tuviste una noche emocionante.- Sonrió mostrándome un CD. -Es un farol. -Te veo muy pálido. En fin, tú mismo...- dijo alejándose con mi futuro en sus manos.

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  • Don Pippo

    Luis Miguel Helguera San José · Valladolid 

    Después… me procesaron por prevaricación. Yo era abstemio y mi cordura empezó a depender fatalmente del tequila con limón; un impenitente mujeriego que envejece ahora en los abismos de la soledad. Estudié con los jesuitas y no he dejado de hacer mudanza en época de desolación. Un prestigioso jurista al que la vida le cambió la toga y las puñetas de encaje por pelucas de colores y zapatones. La Sala del Tribunal Contencioso-Administrativo por una carpa de circo. La Justicia por la sonrisa de un niño… Ahora el espejo me devuelve la grotesca imagen de un payaso compasivo, un imparcial magistrado con nariz roja, un Augusto ecuánime y clemente que respetó los códigos de la conciencia para huir de sí mismo… Al terminar su performance, don Pippo se caló el sombrero, recogió su maletón y dio media vuelta hasta desaparecer, mientras niños y mayores se desternillaban de la risa.

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  • Puede ser que

    Maria Rosa Deza Sierra · Torrejón de Ardoz (Madrid) 

    Si de un solo contencioso se tratara en la vida,no habria miedo a la mudanza que puede suponer cada día el levantarse para tener que volver a estudiar cada noche el código de conducta que mejor seria de emplear. Si escuchando un aria de Maria Bayo,pudieran cerrarse los ojos y transformar la amargura del limón que no madura, no se sintiria uno como un payaso que no sabe hace reir a quien espera la mueca risueña para mitigar el dolor del alma.Al final puede ser que sea,Puede Ser que en el mes de julio, consiga lo que parecia ser un desafio sin tino.Conseguir hacerme un huequecillo en el dificil mundo jurídico.Cuando ya parece que no lo esperas Puede ser que Sea.

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  • Poca verg¡enza

    Maria Presa Fernandez · Bilbao 

    Tras veinte años de féliz y próspera unión marital, me inicié en los asuntos de faldas tan habituales entre los de mi profesión. Fue a través de un compañero del contencioso administrativo como accedí al consuetudinario "código de buenas prácticas", de entre las cuales la primera de ellas, NEGAR SIEMPRE LA MAYOR, me ha llevado a esta patética situación. Me fue útil con los sms, las salidas nocturnas, el apartamento en Marbella, pero me sentí realmente como un payaso cuando mi hasta entonces esposa me sorprendió en la cama con una clienta -cariño no es lo que parece, ¡¨recuerdas a la señorita López de Telefónica¡€™pues estaba instalando la nueva línea ADSL- Y aquí estoy, ahogando mis penas en tequila con limón y sal, mirando al plomizo cielo y rogando que no llueva, mientras espero que el camión de mudanzas recoja todas mis cosas arrojadas por ella al jardín.

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  • Mi primer payaso

    Francisco Manuel Aguado Blanco · Torrent (Valencia) 

    Mi padre, abogado como yo pero venido a menos por la locura, no paraba de repetir que la única manera de desenmascarar a un payaso verdadero de uno falso, consistía en frotarle con fuerza un limón por la cara. Cuando los de la mudanza se fueron a comer, me extrañó escuchar accionarse la plataforma mecánica instalada frente al balcón por la que, sorprendido, vi ascender a un payaso. Como acababa de instalarme en mi primer bufete, no encontré un limón a mano y le aticé con la versión más actualizada del Código Civil. Sí, mi padre perdió el juicio y la vida pero yo me gané mi primer contencioso.

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  • La última payasada

    David ¡µlvarez González · La Laguna (Tenerife) 

    Mario era un payaso del tres al cuarto, tras un fugaz paso por las carpas de los circos más famosos del mundo, su caída en picado lo había arrojado a celebraciones de comuniones y cumpleaños. Derrotado, deambulaba de casa en casa forzando las sonrisas de los niños y, como si de una mudanza se tratara, en cada una de ellas extraviaba una sonrisa, un truco, una acrobacia, deshaciéndose del código de su profesión, despojándose de su alma en un contencioso interminable entre su orgullo y su supervivencia. Con su disfraz perfectamente planchado y un maquillaje exquisito, Mario se subió a la barandilla del puente para realizar su último número, el más espectacular, mantener el equilibrio sobre una pelota gigante en forma de limón y cruzar el puente más alto de España. Mario siempre había tenido un humor bastante ácido, que mejor que su propia muerte para ponerlo a prueba.

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  • Uniforme laboral

    Raúl Sánchez Quiles · Santa Cruz de Tenerife 

    Insisto en que si acudes al juicio vestido así nuestras posibilidades de ganar el contencioso son mínimas. No existe un código escrito respecto a la vestimenta de la parte demandante, pero tu credibilidad en todo este asunto del robo durante la mudanza del circo se verá notablemente mermada. Puedes ponerte la chaqueta verde limón si quieres, pero por favor, no comparezcas vestido de payaso.

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  • Venganza y zapatos

    Mayte González-Mozos · Toledo 

    No importará, si alguna noche falla la "dormidina" que disuelvo en tu sopa, y tienes una mudanza de ánimo, al descubrir cómo disfruto las madrugadas de los sábados, cuando subo a mis zapatos de aguja que me llevan a los "after" de la ciudad. Donde los jóvenes se disputan mi compañía. Cuando alguno de esos cuerpos se frota con el mío ya maduro, saboreo el imaginarte roncando en nuestra cama. Lo hago desde que me avisaste del supuesto viaje; por el último contencioso. Entré en tu bufete tras teclear el código. Quería sorprenderte con el chaleco color limón; tu regalo de cumpleaños. Y presencié tras una rendija de la última puerta, cómo los zapatos, de la payasa de tu secretaria, se subían encima de los tuyos, los que yo te había limpiado. Y otros; los míos, silenciosos y planos, desanduvieron los pasos.

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  • El viejo Juzgado

    Jesús Cuenca Rodríguez · Palma de Mallorca 

    '-Buenos días, quería consultar el procedimiento ordina...- - Lo siento, no puedo ayudarle. Estamos de mudanza- me espetó la funcionaria del Juzgado de lo Contencioso-Administrativo, mientras metía expedientes en una caja con una mano a la vez que sostenía su refresco de limón en la otra -vaya la semana que viene al nuevo edificio de los Juzgados.- La antigua sede, que debía ser de la época del Código de Hammurabi y que hacía años había albergado los Juzgados de Instrucción, se había quedado pequeña. Ahora, aquel reducido espacio donde yo había dado mis primeros pasos en la profesión -y algún que otro traspiés- quedaría en el olvido. Entristecido como un payaso en una fiesta sin niños, rememoré las guardias, declaraciones y vistas a las que allí había asistido. Recompuse mi rostro y salí con paso decidido, dejando atrás aquellas mesas, sillas y estanterías que amueblarían para siempre mi corazón.

     

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  • La Toga

    Victor Esteban-Infantes San Martin · Madrid 

    '-¡Que pase el siguiente!-. La llamada fue como un resorte que me lanzó de la silla hacia la pequeña consulta, no podía aguantar más las furtivas miradas de los otros pacientes. En la consulta resaltaba la camisa amarillo limón del doctor, más apropiada para un payaso que para un médico, pero qué podía decir yo, que me presentaba con la toga puesta. -Usted dirá…, abogado-, dijo el doctor con cierto retintín. -Ayer tuve la vista de un contencioso, un asunto de licencias para una mudanza; como hacía mucho calor, el abogado del Ayuntamiento solicitó permiso para quitarnos la toga. Por putear, dije que iba contra el código, y permanecimos con la toga puesta. Al salir del juzgado fui a mi despacho, después a mi casa, ha pasado una noche y…, ¡no puedo quitarme la toga!.- El doctor quiso acompañarme para hacer unas pruebas, pero no pudo quitarse la bata.

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  • La Mascota

    Carlos Alejandro Ramírez Giraldo · Medellín (Colombia ) 

    El joven y recién graduado abogado adquirió un prodigioso animal de manos de un payaso de circo que, por razones de mudanza y cambio de oficio, debía deshacerse de él. El loro se sabía de memoria todo el Código Penal: repetía, recordaba, completaba y citaba cada uno de los libros, capítulos, artículos, parágrafos e incisos. Así, el abogado se limitaba a digitar velozmente lo que le dictaba el instruido y contencioso animal. Pero semejante negligencia intelectual terminó en un embrutecimiento paulatino. En poco tiempo pasó de amo a mascota: lo transportaba en sus hombros hasta la sala del tribunal, lo depositaba en el estrado y esperaba pacientemente a que el loro terminara la enconada y elocuente defensa que hacía del acusado. Luego volvían a casa, le servía de cena cacahuetes y semillas de alpiste con limón y le leía un poco de jurisprudencia antes de dormir.

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  • Ahora pagas tú

    Gemma María Ortiz López 

    Cuando entró el demandado me sorprendí. Sin duda aún creía que estaba en la pista, con su roja nariz, su cara pintada y el pelo de colores. El alguacil, siempre corriendo y ajustándose al código pisó sus enormes zapatones y casi se nos mata. Menos mal que reaccionó a tiempo, pero su enfadada cara recordaba a la de quien chupa un limón.
    El contencioso en sí era muy simple, el payaso había sido tan gracioso que la mujer del demandante se había reído hasta reventar el botox. Ahora necesitaba nuevas infiltraciones y él debía pagarlas.
    Nuestro querido clown decía que no podría pagarlas porque no tenía dinero no bienes. Su hogar en la autocaravana siempre estaba de mudanza, y además, cuando uno iba al circo ya sabía a lo que se exponía.
    ¡l le proponía una solución. Encantado le prestaría sus pinturas y su cara quedaría como nueva.

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  • Día de estrés

    Pedro Antonio Martínez García · Cartagena (Murcia) 

    Las guardias en el Juzgado son estresantes. A una de las personas que he asistido apenas he podido verla. Sólo recuerdo de él una marca en el cuello con forma de limón. Estaba detenido por abuso a unas menores. Sólo he tenido que dedicar un minuto para comprobar el número del artículo del código penal, y presionar un poquito al Fiscal. Un asunto formal, nada contencioso. Han tenido que dejarlo libre sin cargos. Que ese depravado haya salido libre me ha hecho pensar. De vuelta a casa me centro en mis asuntos, desconecto, ultimo las cosas para la mudanza, y escucho en el contestador a mi ex marido recordándome el cumpleaños de mi hija. Al llegar al parque de bolas se me hiela la sangre cuando veo a mi hija sentada sobre las rodillas de un payaso con una extraña marca en el cuello con la forma de un limón.

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  • El cliente ilustre

    Javier Abarca Pardo · Aldaia (Valencia) 

    Lo contaré tal y como ocurrió. Mi cliente había tenido un contencioso con la comunidad de vecinos, según su versión la vecina del segundo la tenía tomada con él desde el mismo día de su mudanza. Le pregunté cual era el motivo de esta animadversión y me respondió que ella no soportaba verlo hacer malabarismos con limones y que por ello había convencido al resto de vecinos para que lo denunciaran con la excusa de que su aire acondicionado hacía ruido. A pesar de mi ferreo código ético le pregunté a mi cliente por la razón que le había impulsado a acudir al juicio con semejante vestimenta, a lo que respondió: -Bueno, usted me aconsejó que durante el juicio fuese natural y me sintiese lo más cómodo posible, ¡¨Qué puede ser más natural para un payaso que acudir con su ropa de trabajo?

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  • Códigos

    Francisco Javier Romero Pareja · Melilla 

    Te lo montaste con el payaso en el cumpleaños del niño y te perdoné. Cuando nos trasladamos te liaste con los tíos del camión de la mudanza y pasé página. Porque te quiero y porque comprendo que una mujer de bandera como tú tiene sus momentos de debilidad, por muy magistrada que sea del Tribunal de lo Contencioso-Administrativo. Por eso espero que ahora entiendas que me marche para siempre con la cajera del supermercado de la esquina: tiene el frescor salvaje de los limones del Caribe, y aunque no maneja con tu soltura el Código Civil, me pone a cien cuando me lee el código de barras...

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  • Carpe Diem

    María Teresa Castro Alonso · Picaña (Valencia) 

    Nunca pensé que la vida podría pasar tan deprisa, pero ha llegado la hora de retirarme. Estoy cansado y no quiero convertirme en un payaso del estrado. Los de la mudanza no tardarán en venir al despacho. Me llevo conmigo los Códigos y mis mejores Sentencias porque son huella de mi dicha, de esos conocimientos y satisfacciones que ya nadie nunca podrá arrebatarme. Pero me dejo todos esos Contenciosos que me apuñalaron el orgullo con la daga de la desestimación. Nadie más que un Abogado comprende la amargura que supone la pérdida de su caso. El destierro de tus argumentos te escuece en el alma como el limón cuando salpica en las heridas. Ahora, que me alejo inexorablemente de este mundo, y que me doy cuenta de que la batalla ha terminado, incomprensiblemente lamento saber, que jamás volveré a luchar contra el insomnio de la incertidumbre.

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  • Despido improcedente

    Manuel de la Peña Garrido · Madrid 

    Parecía una mudanza del Circo Malasia al juzgado. Abarrotaban la sala trapecistas, funámbulos, la carnosa ayudante del mago, el domador, una troupe de enanos, el jefe de pista, un mono saltimbanqui. Junto al estrado, un augusto cabizbajo. Instó el contencioso contra su despido por impericia. Según el empresario, ya no hacía reír. Hasta los críticos circenses le habían otorgado el Premio Limón, el colmo de cualquier payaso. El juez hojeaba un código intentando evadirse del grotesco asunto. Entonces el abogado se puso una peluca pajiza y una nariz roja para interrogar a su cliente. Improvisaron un disparatado dúo, digno de los hermanos Tonetti. Las carcajadas del juez anticiparon su sentencia estimatoria. Había vuelto a ser el niño embobado en medio del Circo Price. Vitoreado por el pintoresco público, el letrado decidió colgar la toga. Actualmente protagoniza el mayor espectáculo del mundo.

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  • De seis en seis

    Eva Barro García · Madrid 

    A los seis años pateaba a Miguel porque envidiaba su colonia de limón. Le llamaba payaso.
    A los doce, torturaba a Miguel, cuya supervivencia escolar fue heroica Sus contenciosos siempre se resolvían violentamente.
    En su decimoctavo mayo logró salir de la escuela. Hacía tiempo que había perdido de vista a Miguel, quien, el mismo día que a él lo expulsaron por la enésima gamberrada, se graduaba como bachiller brillante.
    Al cumplir veinticuatro, había intentado vivir: deudas, mudanzas y muchos vicios, además del convencimiento de que lo suyo no era trabajar.
    A los treinta, fue detenido y maldijo su suerte. También Miguel soltó un exabrupto cuando se lo asignaron de oficio. Paladeó la venganza, pero siguió su código de conducta. Renunció al caso.
    Seis años después, el juez levantaba su cadáver tras un ajuste de cuentas. Al firmar el informe, a Miguel no le tembló el pulso.

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  • El gen recesivo

    Joan Iglesias · Hospitalet de Llobregat (Barcelona) 

    Era un hombre calvo, circunspecto y siempre vestía de negro, como su padre. Había consagrado su vida al ejercicio de la abogacía, también como su padre. Un día se acercó a la biblioteca a consultar cierto tratado de Derecho Mercantil para la mejor defensa de un cliente que mantenía un contencioso con una empresa de mudanzas de Estocolmo. Al extraer el volumen, de repente sintió sobre su despejada cabeza todo el peso de la Ley, concretamente el del Código de Derecho Marítimo que reposaba en lo más alto del infinito estante. Nuestro serio amigo despertó aturdido en la cama de un Hospital, un melenudo payaso con la cara pintada y chaqueta de color limón lo observaba preocupado. Menudo fantoche, pensó, pero le resultaba familiar; el abogado intentó recordar. Entonces el payaso le habló:¡€™Cuando me avisaron estaba aquí, entreteniendo a los niños en cirugía; subí a verte enseguida, papá?.

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  • El juicio final

    Miguel ¡µngel Moreno Cañizares · Alcorcón (Madrid) 

    Cogió el Código Penal y buscó el artículo. Lo leyó detenidamente. El contencioso parecía perdido, aunque no desesperó. Repasó los hechos de nuevo, tal como los relataría ante el juez. "Salí del trabajo a las seis de la mañana y me dirigí a la parada del autobús. Iba solo por aquella calle mal asfaltada y la acera levantada por las obras. Cuando me disponía a cruzar, tropecé y caí al suelo. Entonces apareció el camión y me pasó por encima. Mientras agonizaba, aún pude leer: Mudanzas Alonso. Antes de morir, también vi la cara sonriente del payaso asomada por la ventanilla. Fue la última imagen de mi vida". El juez, un tipo agrio como un limón, tomó la palabra: "Muy bien. Si usted falleció a causa de ese accidente, ¡¨cómo explica su presencia aquí?". El hombre tragó saliva: "Perdone, señoría, pero ¡¨no es éste el juicio final?

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  • La otra troupe

    Eloy Serrano Barroso · Madrid 

    En el Circo maldecían el contencioso que les obligaba a abandonar la ciudad. Y se resistían, retrasaban la mudanza. Pero una tarde las autoridades irrumpieron con sus códigos y sus máquinas de asalto, y ni tiempo tuvieron de acabar la función: las bocas entusiastas de los niños se cerraron de golpe; al tragasables se le atragantó la espada; y el payaso, para disimular las lágrimas que le brotaban, mordió uno de los limones con que hacía malabares. Así lo cuentan los viejos del lugar. Hoy, donde antes estaba la carpa, se levanta el Palacio de Justicia, pero dicen los que allí trabajan, que cuando el viento sopla oyen algo parecido al barritar de elefantes, al rugir de leones. Aunque callan, para que no les tachen de locos, que en los días nublados, desde las ventanas de los pisos superiores, ven acercarse por los aires al veloz y amenazante hombre bala.

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  • La consulta

    Pablo Canales Gil · Marmolejo (Jaén) 

    Acalorada por la mudanza me tomé un refresco de limón. Después, coloqué el último trasto encima del sofá: un payaso de trapo al que mi hijo le tenía mucho cariño. Entonces me dediqué a preparar la comida. Pronto llegarían todos con bastante apetito. Hice unos filetones a la plancha. Poniendo la comida en la mesa apareció un perro y me arrebató los filetones. Siguiendo al animal me metí en la casa de enfrente, donde un abogado tenía su bufete. Le pregunté si era lícito que su perro entrase en mi casa y se llevase la comida. Comedido, repuso que un Contencioso tan simple no precisaba del Código Civil para resolverse. "¡¨En cuánto valora la comida?" "En 30?", contesté. Me los entregó. Pero cuando iba a salir me increpó: "Un momento, señora. Yo le he pagado. Sin embargo, usted no me ha abonado la consulta" Perpleja, pregunté: "¡¨Cuánto es?". "50?", respondió.

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  • El preciado objeto

    Mayte Miralbés Badía · Lleida 

    Aquella mañana, mientras sonaba en la radio la canción de Julieta Venegas "Yo te quiero con limón y sal", introducía en las cajas de cartón mis últimas pertenencias. Una nueva mudanza, otra más, que suponía emprender un nuevo reto, que me llevaría a una nueva ciudad, a familiarizarme con un nuevo Juzgado y que personalmente suponía mayor esfuerzo que la resolución brillante de cualquier expediente contencioso que pudiera encomendarme un afligido cliente. Introduje con mucho cuidado en una de las cajas el código de piel con las letras grabadas en pan de oro que mi padre me regaló cuando me licencié, y recordé con claridad sus palabras: "Para que te respeten, deberás mostrarte autoritaria y decidida". Nunca ha sabido que en todos mis destinos, el primer objeto personal que guardo en el cajón de mi depacho, es un querido payaso de peluche.

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  • Encuentro prohibido

    Julián Muñoz Carrasco · Galdácano (Vizcaya) 

    La abogada se abalanzó sobre su amante con ansia, tanta que a poco estuvieron de tumbar una de las pilas de cajas que ocupaban la habitación como resultado de la reciente mudanza. Por el ardor con que sus bocas se encontraban, lo furioso de las caricias, las dos habían estado esperando ese encuentro demasiado tiempo. La lengua de ella aún sabía al limón de las últimas copas y el alcohol daba a su piel un leve rubor. Por un momento se preguntó si su propia nariz estaría roja como la de un payaso; sus dudas aumentaron, se recordó que aquello no estaba bien, que ambas se enfrentaban frecuentemente en el juzgado de lo Contencioso Administrativo de la ciudad. Fue solo por un momento, al sentir cómo los labios de la mujer recorrían su cuerpo, se dio cuenta del implacable código que les era de aplicación. La Ley del Deseo.

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  • El payaso

    Joaquín Valls Arnau · Barcelona 

    Don Celso Díaz de Vivar pertenecía a una familia de juristas de renombre. Se decía que el día de la primera comunión, sus padres, además de la estilográfica de rigor, le obsequiaron con un Código Civil. Don Celso ejercía como magistrado de lo contencioso y era respetado por ser hombre riguroso, a la vez que criticado por su escasa participación en la vida social de la ciudad. A punto de jubilarse, lo hallaron muerto en su despacho. Al día siguiente vinieron los de la mudanza. Al abrir el armario vieron una cartera de gran tamaño, que guardaba un vestido a cuadros de color naranja y amarillo limón, unos zapatones, varios tubos de maquillaje, una peluca rubia y una narizota roja de plástico. Alguien comentó entonces, que había oído hablar de un payaso que desde hacía años actuaba todos los sábados en la planta infantil del hospital comarcal, sin cobrar.

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  • Aire, aire fresco

    Juan Antonio Pérez Morala · Madrid 

    Mi amigo Gordon, abogado neoyorquino, pasó por Madrid y comimos juntos. Hablamos de nuestra profesión. Apurando su café, me dijo crítico: - tengo la impresión de que vuestros juicios son muy rígidos y formalistas. Cuando pienso en la escasa libertad de movimientos del abogado español siento claustrofobia. Asentí, porque de siempre he tenido una sana envidia de mis colegas norteamericanos. Cuando actúan en estrados, tan naturales ellos, me parece verlos pasear por el Retiro. - Creo que tienes razón. Si nuestra justicia tuviera rostro de fruta, ésta sería un limón. Aquí el letrado actúa tan encorsetado que a ti, con tus expresivos gestos, nuestra diosa vendada te percibiría un poco payaso. Gordon, sonrío: - quizás sea hora de hacer mudanza, de que el juez os quite el código de entre las rodillas. - Sí, - le concedí, devolviéndole la sonrisa - éste es un contencioso que almidona nuestras inquietas togas.

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  • In dubio ridere

    Alejandro J. Pérez Morán · A Coruña 

    Nadie imaginaba que aquel anodino abogado del turno de oficio ejercía en sus ratos libres de payaso. Era sin embargo este oficio el que le hacía sentir más útil, dado que en la mayoría de los contenciosos de su trabajo habitual su labor era meramente testimonial. Hasta el día de aquella vista. Un nuevo juez que, saltándose todo protocolo y sin hacer uso del código, comenzó a reírse a carcajadas diciendo: "No ha lugar a la causa". El acusado sonriendo de igual modo, saltó de alegría y se abrazó a nuestro letrado. Al salir de la sala se dirigió al baño, necesitaba refrescarse la cara. No comprendía tal mudanza, debía estar soñando o sufriendo algún tipo de enajenación mental. Entonces descubrió en el espejo que no llevaba puesta su cara de limón sino su sonrisa de payaso.

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  • Poderoso caballero

    Manuel Rodríguez Prendes · Vigo 

    Días después de la mudanza de despacho, descubrí por azar los papeles del contencioso más absurdo que me encontré a lo largo de mi dilatada carrera profesional. Un conocido banquero cuyo nombre omitiré, denunció a D. Julio Ortega Santos, contratado para amenizar la fiesta de cumpleaños de su hijo Emilio de seis años de edad, por violar el código de honor de los payasos. Enfundado en un traje de color amarillo limón no había sido capaz de arrancar ni una mísera sonrisa a ninguno de los niños allí presentes durante más de dos horas de actuación. Este hecho produjo un trauma infantil en los niños que pudo ser finalmente mitigado con la suma de 15.000 euros abonados meses después por aquel incompetente profesional.

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  • La verdad

    Ledi Shirley Cavalcante · Vigano (LC) Italia 

    Juré decir siempre la verdad y de repente el código y todo lo que había formado parte de mi ética desde siempre se evaporó como la última gota de zumo de limón que baja por tu garganta fingiendo saciar una sed que volverá a presentarse antes de lo que imaginas... Justo cuando la última caja completaba su trayecto en aquella mudanza repentina porque la vida es una sola. Y porque el contencioso había sido extenuante y lo habíamos ganado... lo habías ganado tú. Mirando las cajas aún cerradas no pude no sentirme un payaso, un pobre desgraciado, víctima del amor. Aquella era sí la primera noche pasada en la casa en que deberíamos construir nuestro futuro, pero fue sobre todo el escenario donde tus palabras embriagadas de alcohol y de involuntaria sinceridad me revelaron que salvé a una asesina y me condené a mí mismo a prisionero de mi consciencia.

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  • Prestigio familiar

    Juan Manuel Batuecas Florindo · Madrid 

    Nos habíamos trasladado a una enorme mansión victoriana. Ese año obtuve excelentes calificaciones en el colegio y mi padre, ceremonioso, me citó en la biblioteca, resentida por la reciente mudanza. Había adquirido gran prestigio como abogado contencioso. "Es el momento de que comiences a labrar tu futuro. En muestra de mi apoyo, quiero obsequiarte con este viejo código, que perteneció a mi padre y a mi abuelo. No tengo ninguna duda de que dejarás el nombre de nuestra familia a gran altura?. "Papa -le interrumpí-, yo no quiero ser abogado, quiero ser payaso". "Sabes que siempre me ha gustado el circo" -añadí-. Su rostro enmudeció y salió de la habitación. Al final del verano conseguí enrolarme en una compañía ambulante. Años después, recibí un paquete con una nariz de payaso con forma de limón. La nota decía: "Sé feliz, hijo". La guardé junto con el código, entre mis tesoros.

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  • Treinta de junio

    Delia Pozo Pastor · Muchamiel (Alicante) 

    El trabajo en el bufete no saciaba mis ganas de comerme el mundo y cada día era una rutina imposible de desechar. Perdida en mi despacho sin motivación ninguna, sin esperanzas por ganar aquel caso tan desgastador, ya ni sonreía delante del espejo al son del mítico "maquillaje" de Mecano ni me colocaba mis tacones de doce centímetros. Llevaba una falda menos corta y un escote más puritano. Necesitaba nuevas pautas en mi vida para resurgir y la difícil tarea de asignármelas se la concedí a los creadores del concurso de microrrelatos que todos los meses recibían mi obra maestra. Seguí al pie de la letra su código: me comí un limón, me comporté como una payasa cuando defendí a mi cliente en su proceso contencioso y finalmente realicé mi mudanza a la otra punta de la ciudad. Ya me siento mejor. Aunque este mes no gane, gracias por arreglarme.

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  • Perder el juicio

    Carmelo Moya Calvo · Zaragoza 

    Me habían puesto en antecedentes. Era un tipo estirado, seguro de sí mismo, muy riguroso. A veces su expresión hasta se avinagraba. Tanto que podía convertirse en todo lo contrario de lo que pretendía transmitir, o sea, en un auténtico payaso. Yo me lo jugaba todo en aquel caso. Tenía la estrategia cogida con pinzas, la endeblez de mis argumentos me obligaba a pergeñar un golpe de efecto tal, que dejara en un segundo plano mi pobre discurso. Lo aposté todo a una carta y aquel día me planté en la sala vistiendo un traje ceñido de color amarillo limón que iluminaba todo el recinto. Su Señoría quedó prendado y yo gané el contencioso¡€™pero perdí el juicio. En dos semanas hicimos la mudanza y nos fuimos a vivir juntos. Llevamos tres años casados y tenemos dos hijos. Ahora, cuando quiero algo de él, repito nuestro código cromático. Siempre funciona.

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  • Sentencia Firme

    Aída Rodríguez Rosa · Santa Cruz de Tenerife 

    Terminó el contencioso y el payaso de su abogado no había conseguido justicia, a pesar de todas las agresiones que había sufrido a manos de su marido. Además, tenía que abandonar su hogar. Era indignante, pero aquella jamás fue su casa. Mientras realizaba la mudanza a solas, escuchó como alguien pulsaba el código de desactivación total de la alarma. Era su cónyuge. Sólo le dio tiempo de huir hacia la cocina. Allí la alcanzó y de un golpe le rompió la muñeca izquierda. Con dolor y sintiendo la mano derecha liberada y aún sana, localizó sobre la mesa un limón, exprimió sobre los ojos de su agresor el cítrico, dejándolo ciego por segundos, tiempo suficiente para hallar un cuchillo y clavarlo con todas sus fuerzas en el robusto torso que tenía delante. Ahora, volvería a encontrarse con la justicia, pero esta vez, con la cabeza alta.

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  • Un secreto placer

    Manuel Pablo Pindado Puerta · Leganés (Madrid) 

    Hace ya unos años, al supervisar la mudanza del Contencioso número uno, encontré algunos objetos que nadie reclamó. Entre ellos destacaban algunas revistas eróticas, un ejemplar del Código Civil de mediados del XIX y un disfraz completo de payaso, con nariz y zapatones. Olvidé el asunto hasta el día que entré sin llamar al despacho de su Ilustrísima Señoría el juez Torres y le sorprendí jugueteando con una flor de plástico de color amarillo limón, de esas que lanzan un chorrito de agua. Me hice la despistada, pero esa noche dejé el disfraz debajo de la mesa del juez junto con una nota a doble espacio, tamaño doce, como a él le gustan. Desde entonces en la fiesta de Navidad para hijos de empleados nunca ha faltado la actuación del gran Nicolasete, aunque sospecho que nadie, nadie, la disfruta tanto como yo.

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  • Pluriempleo

    Yolanda Nava Miguélez · León 

    En su tiempo libre viste un traje multicolor con enormes zapatos y roja nariz, reparte sonrisas entre los que penan en los hospitales, y recibe a cambio, gratitud. El resto del tiempo está inmerso en interminables contenciosos, consultando gruesos tomos del código civil, penal..., su mudanza en el atuendo la hace también en su corazón, conduce muy concentrado su utilitario color limón hacia el juzgado con la esperanza de recibir, al igual que en su labor como payaso, como pago a su trabajo, si no gratitud, si al menos, justicia.

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  • Votación y fallo

    África Aranda Gallegos · Barcelona 

    El Magistrado llevaba semanas buscando. Cuanto más revolvía su oficina, más nervioso se ponía. Pero seguía sin aparecer. Había considerado la posibilidad de que algo se perdiera durante la mudanza a la nueva Ciudad Judicial y había adoptado tantas medidas de seguridad que sus funcionarios llevaban una semana mirándole con cara de limón. Sin embargo, la mala suerte, los hados y los idus habían querido que su objeto más preciado se volatizara entre las toneladas de papel removido. Le hubiera importado menos, perder el expediente del contencioso estrella de la Sala que presidía... Para eso, por lo menos, tenían un código especial. Pero si no lo encontraba… Si no apretaba su payaso de goma mientras dictaba Sentencias, entonces volvería nuevamente a aquel Juzgado mixto de allende el río Llobregat. Porque el Magistrado estaba convencido de que el feo muñequito era en realidad quien resolvía apelaciones e imponía las condenas.

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  • Viuda negra

    Benedicto Torres Caballer · Valencia 

    Por segunda vez cometía el mismo error. Esa misma mañana, su abogado le recomendó no litigar porque perdería el contencioso por el piso de su difunto marido. “No hay artículo del Código Civil que soslaye el problema de la herencia: todo está vendido”, le dijo el letrado. El camión para la mudanza esperaba; sólo le quedaba por embalar el payaso, regalo de cumpleaños de su primer marido, un cojín en forma de limón, que le regaló el segundo antes de fallecer, y el bote de arsénico. La próxima vez, antes de proceder, comprobaría cuáles serían los bienes a heredar.

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  • Vodka con limón

    José Antonio Carretero Guillén · Sevilla 

    En ese mundillo había otro código de leyes distinto al escrito en los libros de derecho. Llovía mucho, las gotas de agua caían sobre el cuerpo muerto del “testigo protegido”, era el único que había visto cómo mataron a aquel hombre aprovechando el ruido de la mudanza. Llevaban impermeables y guantes de látex, los dos eran calvos y serios. Él estaba decidido a declarar, era demasiado contencioso como para echarles cuenta a su novia y su hermano. Y allí estaba, frio, pálido y empapado de sangre y agua. Los verdugos lo pusieron en el asiento del conductor de un coche que habían estampado aposta contra un pilar y se fueron sin dejar rastro. Volvieron al bar donde habían estado emborrachando al “accidentado”. Pobre payaso. -¿Qué les pongo? -Dos vodkas con limón. El camarero sonrió y dijo susurrando.- Ya no pongo agua en vez de vodka a los vuestros ¿verdad?

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  • Unos lustrosos zapatos

    María Victoria Gil Arregui · San Sebastián 

    Estoy acabando la mudanza, ahora le toca el turno a los libracos, la pera lo que pesa este código penal, casi más que una condena, ay que me da en la cabeza, patapúm, vaya tortazo, pues si que es dura la ley, bueno se va a poner mi marido cuando lo vea desencuadernado, ¡ay Dios! Hay Dios, vaya vaya, Gerardo o sea que después de tanto negarlo, aquí tengo en mis manos la prueba irrefutable de unos soberbios cuernos, bonitas fotos, o sea que es cierto que me la pegas con la abogada especialista en pleitos contencioso-administrativos. Te vas a enterar, ¿Dónde esta el boli? ¿y los posit? tengo poco que decir: Te pillé, nos vemos en los tribunales. Un último vistacito ¿esta todo? pues no, ha quedado fuera el sweter amarillo limón del payaso de mi marido, ¡bah! me lo llevo, me vendrá muy bien para lustrarme los zapatos.

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  • Turbo de oficio

    Pilar Marco Novella · Zaragoza 

    '-Payaso V solicitando entrada. -Identifíquese. (Ya estamos otra vez. Pero por qué me haría yo capitán-piloto de la defensa interestelar. ¿No se leen el maldito código?) –Fiscal de derrota, explíqueles la diferencia entre una identificación y una

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