Crematorio

¡µngela Martínez Duce 

Jamás pensó que se atrevería. Siempre había sido el hijo obediente, el cachorro amaestrado del eminente abogado. Un sol de julio caía con justicia y convertía el despacho en un crematorio. Contempló la foto que había sobre la mesa. Un niño se agarraba el flotador; en sus ojos se adivinaba el miedo. Recordó aquel instante. La mirada recriminatoria del padre todavía le perseguía. Ahora la Providencia había dictado sentencia. Al día siguiente los periódicos abrirían con la noticia de la presunta implicación del notable letrado. El teléfono le sobresaltó. Pensó en hacer una última llamada; inútil, el viejo nunca lo encajaría. Tiró al suelo expedientes y carpetas. Encendió un cigarro y se dirigió a la puerta. En sus ojos de nuevo el miedo. Cumplió con su papel; tiró la colilla, cerró la puerta.

 

0 Votos

 

Queremos saber tu opinión