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Jerónimo Hernández de Castro 

Encerrado en la cocina no ceja en su empeño. Trabaja demasiado y el consejo familiar se convirtió en orden del cardiólogo encargado de gestionar su último infarto. Con gesto amable contempla las preparaciones que bullen ante él, vestido de blanco en lugar del negro de su toga de letrado.
No piensa en su papel habitual, ni el juicio en curso y su atención se centra en una esferificación de verduras y cítricos. Una vez fría, la mezcla se captura con una jeringa especial para depositarla, gota a gota, en una solución de alginato que precipita en frágiles esferas, parecidas a un caviar de tonos rojizos.
Observando ese suave viaje al fondo del recipiente todo encaja: la extorsión generalizada, la red de narcotráfico y la violencia desatada después. Quiere volver al despacho y al portátil con sus colaboradores, pero deberá esperar hasta que pase ese dolor característico en su brazo izquierdo.

 

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