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Ander Balzategi Juldain 

Cuando la edad lo estaba mermando, la salud quebrada, ascendimos a su rincón preferido. Cumbres escarpadas, un mar de abetos, me confesó que quería que aquella fuese su última visión de este mundo. Desde entonces lo tuve claro, si aún cabal manifestaba aquel deseo, a mi me tocaba proteger su arbitrio, vigilar que se cumpliese su voluntad. Por eso, cuando el alzhéimer cerró la puerta definitivamente, cuando el acceso a su memoria fue ya imposible, decidí actuar.
Sabe, hay una leyenda budista que habla de un hijo que lleva en la espalda a su madre enferma para que muera tranquila en el monte. La madre, mientras tanto, va alcanzando y rompiendo ramitas a su paso, así su hijo podrá encontrar el camino de vuelta.
Usted, que me tiene que defender, debe encontrar esas ramitas. Bastará con que sea la mitad de bueno de lo que era mi padre como abogado.

 

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