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Margarita del Brezo 

No olvido la pequeña furgoneta cargada de libros que martes y viernes aparcaba delante de la iglesia. La visitaba con tanta frecuencia que pronto me gané la confianza de Damián, el conductor, además de sus entusiastas recomendaciones literarias. Años después me marché a estudiar derecho y, cuando regresé, en el barrio había una biblioteca de ladrillo. No volví a verlo. Hasta esta mañana, en el despacho. Lo reconocí al instante. Sus manos arrugadas sostenían «El collar de la reina», el primer libro que me prestó. La noticia de un concurso de microrrelatos sobre abogados que gané le puso sobre mi pista. Hemos hablado de la vida, la suya y la mía. También de la que no está escrita todavía. Y de que poder redactar contratos y alegaciones, recursos e impugnaciones en mi trabajo es todo un privilegio. Tanto que a veces no sé bien si soy abogado o escritor.

 

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