IX Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilRESTAURANTE EL FALLO

Ángel Montoro Valverde 

Aquel juicio del robo del collar en la biblioteca sirvió, no sólo para condenar a su defendido, sino también para que el joven ejerciente dejara definitivamente de sufrir su falta de confianza e insuperable miedo escénico. Hizo de su toga un delantal y en pocos años “El Fallo” era un exitoso restaurante. Pero no relegó al olvido su frustrada vocación, y a las ensaladas para compartir las bautizó “litisconsorcias”; “sumarios” a los secretos; y al surtido de ibéricos …”procuradores”, por ser típico producto español. Apodó a mis hermanas gemelas “prescripción y caducidad” dada su dificultad para distinguirlas; y a mi madre, poco amiga de cambios, “prenda sin desplazamiento”. Tuve el privilegio de acompañarle en su lecho de muerte, cuando me susurró: - ¿Sabes hijo por qué el solomillo de la carta se llama “recurrible en casación”? -No. -Por razón de la cuantía. Y se despidió con un “visto para sentencia”.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilPaternidad responsable

María Sergia Martín González- towanda 

Me había granjeado la confianza del despacho, cuando mi socio me puso en antecedentes: los Gramunt querían adoptar un bebé. Yo les representaría. Sin duda, un gran privilegio para un abogado novato. Consumí horas de biblioteca, estudiando los requisitos requeridos: edad de los adoptantes, tiempo de convivencia… No podía echar nada al olvido. El panorama era desalentador. Si bien, Mariona Gramunt era una mujer joven, su esposo rondaba los cincuenta, circunstancia que aumentaba la edad del adoptado. Fui explícito al plantearles esta dificultad, pero decidieron proseguir. Fueron años de trámites interminables, como enhebrar un collar con cuentas infinitas. Un día caprichoso, Gramunt resolvió desentenderse del proceso y de su esposa, en ese orden. Por aquel entonces, mis implicaciones emocionales no me permitieron abandonarla. Hoy han llegado a mis manos los papeles definitivos. Emocionado, he telefoneado a Mariona para comunicarle que, por fin, vamos a cumplir nuestro sueño de ser padres.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilEl último paseo

    Francisco Pi Martínez 

    Paseo por la biblioteca lentamente, aspirando el aroma del cuero de las sillas, ajado y gris; y el de los legajos amontonados, sumidos en el privilegio del olvido que el tiempo otorga a lo que fue sucesivamente ofensa, demanda, resolución y archivo.
    Lo hago con la confianza de que pronto me cubrirá también a mí. Acaricio con nostalgia un collar de perlas que tengo en el bolsillo; un collar de cincuenta perlas. Me lo han comentado orgullosamente mientras lo abría.
    No hay demasiada luz, pero no la necesito. Conozco de memoria cada estante, cada manual y cada código: civil, penal, laboral… Las estanterías parecen inclinarse a mi paso, cortésmente. Tras cincuenta años en la firma, cinco como presidente, yo, la primera mujer al frente del bufete, me retiro. He pedido que me dejaran despedirme de los libros; los únicos verdaderamente leales. Más abajo, en el inmenso vestíbulo, aún festejan.

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  • Imagen de perfil¿A QUÉ TÍTULO?

    FRANCISCO MANUEL AGUADO BLANCO 

    Fui a alojarme en Madrid en una pensión de las de antes que siguen siendo las de siempre pero el olor a gallina vieja cedió al del glutamato en pastillas de poca confianza. Era un privilegio estar allí por el tremendo esfuerzo económico que hicieron mis padres, agricultores en Ávila, para que estudiase Derecho. Me quedé traspuesto y desmemoriado en clase cuando explicaron el significado de "a título oneroso" y quise enmendar mi olvido acudiendo a la biblioteca dado que internet no existía. Ya estaba en el capítulo de "Adquisiciones a título oneroso", cuando el collar con el que jugueteaba la chica frente a mí, fue a dar con todas sus cuentas en el suelo con gran estrépito para curiosidad ajena y rubor suyo. Se lo arreglé en un pispás a título gratuito; ella, hoy hace veinticinco años, me adquirió a título oneroso.

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  • Imagen de perfilDèjá vu

    Teresa Gª Giner · Madrid 

    Cuando Margarita entró en su despacho, bellísima y arrogante, Don Ignacio valoró el privilegio que suponía para su bufete una cliente de esa categoría. Automáticamente se levantó de la silla y le ofreció la mano cortésmente.
    Ella, con toda confianza, se acercó a Don Ignacio y le plantó dos sonoros besos en ambas mejillas.
    -Te agradezco muchísimo Nacho que hayas accedido a atenderme tan pronto - comentó ella mirándole con curiosidad, mientras jugueteaba con su collar ¡Cuánto había cambiado su compañero de facultad en veinte años!- Sigues igual, la verdad- mintió piadosamente.
    Don Ignacio también la miró. Sus años como estudiante de Derecho, sus compañeros, las aulas, la biblioteca , sus profesores, todo lo tenía relegado en el olvido. Todo, excepto a ella. De Margarita sí se acordaba. Seguía mintiendo tan bien como siempre. Sin duda haría una magnífica interpretación de su inocencia en el estrado. Si, como siempre.

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  • Imagen de perfilPATRIMONIO FAMILIAR

    José Miguel Perlado Villafruela 

    La vista se celebró en la biblioteca del juzgado, porque la sala estaba en obras. Se retiraron las mesas a los lados dejando hueco al tribunal, en una posición de privilegio, al fondo, y luego acusados, testigos y ponentes, quedando únicamente un libro abandonado en una esquina, un olvido.

    El caso era un robo de joyas familiares, acumulados durante años hasta sumar un patrimonio fabuloso.

    Primero se acusó a una criada, harta de la estirada de su señora. Luego a unos sobrinos balas perdidas, necesitados de financiación para sus vicios. Luego al marido, cuyos negocios se hundían. Sabía que las joyas eran herencia de su mujer, que las consideraba intocables.

    Total, toda la familia sentada en el banquillo.

    La abogada de la acusación particular, la sobrina preferida de la víctima y de su total confianza, argumentaba arremetiendo contra todos ellos.

    Su cuello cerrado ocultaba el collar que siempre quiso tener.

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  • Imagen de perfilEL REGALO

    CARMEN ANDREY MARTIN 

    Día festivo. Doce de la noche. Sigo en el despacho, pegado al ordenador. Froto mis ojos enrojecidos de cansancio mientras dejo unos libros en la biblioteca. La discusión con mi mujer es demasiado reciente y me resisto a ir a casa; reviso distraído mi agenda de la semana: vencimientos, vista de medidas y reuniones. Tengo confianza en llegar a todo si trabajo sábado y domingo, de ahí la discusión. Enciendo la tele. Hablan de ese chico joven que, tras años luchando contra una enfermedad, ha fallecido. Viral en redes sociales, titulares en medios de comunicación: "Siempre fuerte. Su campaña de donación no quedará en el olvido". Una frase que resuena en mis oídos: "la vida es un regalo, un privilegio". Esbozo mi primera sonrisa del día y rescato del cajón el collar para mi mujer que tenía reservado para nuestro aniversario. Hoy. Buen momento para celebrar. Apago la tele. DEP.

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  • Imagen de perfilEl olvido

    PAOLA ANDREA ROCCA TARGARONA 

    Hoy, me detuve a observar a una chica que me recordó a mí misma hace 10 años, cuando la vida aún no me había alejado de mis sueños. Repasa con los dedos las cuentas de su collar y mueve sus labios mudos mientras lee. Su lenguaje corporal me dice que le falta confianza... Quizá no es consciente del privilegio que supone estar sentada en esta biblioteca. Pobre, la edición de la Ley de Enjuiciamiento Civil que consulta no está actualizada. Tras un breve momento de indecisión me acerco y se lo digo. La chica abre la boca pero no dice nada, solo me mira con unos enormes ojos de arriba a abajo y finalmente, tras fruncir el ceño, me da las gracias sin mucho énfasis. Mientras me alejo empujando mi carrito de utensilios de limpieza, noto como me mira de soslayo. Casi lo olvido aparcado a su lado.

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  • Imagen de perfilDoña Rosa

    Ana Belén Sánchez Jordán 

    Dª Rosa Perales Olmillo es médico, funcionaria retirada, de buena familia y adicta los pleitos. Fue de las primeras clientas del despacho y en cuanto nos ganamos su confianza, nos encomendó todo lo encomendable: desde las multas a los pleitos mayores, aparentemente irresolubles. Gracias a ella, nuestra biblioteca ha aumentado considerablemente, pues algunos de sus casos nos requieren mucho estudio. Otros, solo paciencia. No obstante, desde hace más de un mes no contamos con el privilegio de sus llamadas y visitas, otrora casi diarias. ¿Es posible que haya echado en el olvido los señalamientos, que lleva mejor que nosotros? ¿las citaciones a testigos? ¿la querella contra la compañía telefónica? Imposible, nada más llegar del juzgado la encuentro esperándome:
    - Me han robado el collar de perlas, Vicente.
    - Pero si lo lleva Ud. puesto, Rosa
    - El bueno, Vicente, el bueno.
    - Puri, cancela la cita de las once.

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  • Imagen de perfilAquella etapa inolvidable

    Marta Taboada Villa 

    Parece que fue ayer cuando nos conocimos. Tú y yo, inseparables desde que empezó la universidad como las cuentas de un collar forjado en acero. En confianza te digo, que aunque me hacías la vida imposible en esos días, hoy, sé que he tenido el privilegio de unirme a ti en este camino de leyes, en esta vida reglada, y puedo asegurarte que no caerán en el olvido aquellos años de intensa formación codo con codo en la biblioteca.¿Recuerdas? nuestras miradas se cruzaron por primera vez aquella otoñal tarde.Yo comenzaba a explorar un mundo hasta entonces desconocido y allí estabas, en aquella añeja estantería esperando a que alguien, un nuevo e inocente alumno, desentrañara todo tu interior. Jamás olvidaré, ni por un Memento, tus enseñanzas, la base de todo y el comienzo de un mundo apasionante. Salve, Romano. Los que te han conocido te saludan.

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  • Imagen de perfilPARA SIEMPRE

    LOLA SANABRIA GARCÍA 

    Desde pequeño le gustaban los bichos. Pero en el instante en que vio a Patricia en la biblioteca, inclinada sobre un libro de Derecho, decidió cambiar el estudio de los insectos por el de las leyes. Ella se hizo juez. Él, abogado. Fue un privilegio tener una vida basada en la confianza mutua. Trabajar juntos. Se entendían con un solo gesto. Pero el paso del tiempo hizo su función devastadora y los distanció.
    Él ahora no reconoce a esa señora empeñada en meterle una cucharada de sopa en la boca. Y no le emocionó verla llorar cuando enganchó el collar con los dedos, regalo de sus bodas de oro, y lo rompió. Todo cae en el olvido. Sin embargo, ha vuelto a mirar con interés a los gusanos de seda, a las arañas atrapando moscas y a las tijeretas en el jardín. Hace días que Patricia comparte su afición.

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  • Imagen de perfilLA ÍNSULA

    Juan Jose Aleman Galan 

    En esta isla todos sus habitantes portan amuletos y muerden duros palos de baobabs para lavarse los dientes; aunque nadie sabe leer ni escribir existe un edificio enorme de cristal que alberga una biblioteca jurídica a la que pueden acceder todos sin ninguna clase de privilegio.
    El único habitante blanco es un abogado que luce sobre su pecho bronceado un collar de oro y marfil; llegó aquí perdido y encontró por fin el deseado olvido de las oscuras sombras que había asistido durante años en las inhumanas cárceles africanas.
    Sólo persiste en su memoria la confianza, transformada en sonrisa y esperanza, que aquéllos presos de color, cuasi esclavizados, habían depositado sobre sus hombros tras las gruesas rejas oxidadas.
    El jurista canoso, instalado en su isla verde, llegó a su meta sin buscarla consiguiendo no transformar en complicadas letras sus pensamientos, hallando así su precepto jurídico más anhelado: cultivar la libertad.

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  • Imagen de perfilSHARIK

    TERESA PACHECO INIESTA · MADRID 

    La vi en la biblioteca de los juzgados, concentrada, como el día que tuve el privilegio de que me defendiera. No me expulsaron del país. De eso hacía diez años. Me dio un vuelco el corazón. Llevaba puesto el collar que le hice con mis manos. No olvido que siempre me trató con tanto afecto que creí nuevamente en la humanidad. Quise establecer una relación de confianza para hablarle de mis sentimientos. Pero yo no era nadie, por más que ella decía que todos somos iguales. Me enamoré de ella. ¿Y quién no? pensé al despedirnos. Fui a saludarla sin esperanza de que me reconociera. Alzó sus ojos, se le iluminó la cara y me llamó por mi nombre: Que bien te queda la toga, Sharik. Como si siempre hubiera esperado que llevara una. Comimos juntos al terminar nuestros respectivos juicios. Ahora cenamos juntos en casa todos los días.

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  • Imagen de perfilANTES DORMÍA MEJOR

    Aurora Roger Torlá 

    Dormía mejor cuando solo era abogado.
    Ahora salgo en los telediarios como juez de un caso mediático. Con cámaras de televisión en la sala y retransmisiones en directo, el proceso es muy comentado, como sucede con algunos partidos de fútbol trascendentes.
    En la soledad de mi biblioteca, paso horas con la lupa revisando documentos.
    Tengo despistes, algún olvido y lapsus línguae. En la sala pronuncié frases cómicas que repiten como ecos en programas de humor.
    Me falla la memoria. Pero encontré un remedio. Si me siento intimidado, miro fijamente el vistoso collar que luce, sobre mi toga, junto a la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort. Me infunde confianza, sosiego, seguridad, y así las palabras fluyen con naturalidad y precisión, sin tartamudeos ni silencios prolongados. Es un privilegio haber recibido una condecoración que reconoce mi dedicación como jurista. Es mi ansiolítico, sin efectos secundarios.

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  • Imagen de perfilDos promesas

    Mª Asunción Buendía Hervás 

    El abogado la recibió. Hacía tiempo que había aprendido a componer un gesto neutro delante de los nuevos clientes, ofreciéndoles el privilegio de su confianza para que explicaran los problemas que les asfixiaban. Su paciencia era infinita, como implacable su firmeza en los juzgados. Se había convertido en un solitario, su profesión era su vida.
    La mujer parecía estar tranquila, pero el jugueteo de su mano con el collar la delataba.
    Con palabras torpes se disculpó por su atrevimiento, tanto tiempo, no sabía a quién acudir…
    Su voz le envolvió y su mente se sumergió en recuerdos de una vida que ya no parecía la suya. Pero lo era. Rostros revoloteando a su alrededor. Cuarenta años de fingido olvido. Entrecerró los ojos, la vio nítidamente en la pequeña biblioteca del instituto. Sintió el roce de sus labios, sellando dos promesas: quererse siempre, no olvidarse nunca.
    Él había cumplido ambas.

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  • Imagen de perfilAJUSTE DE CUENTAS

    MAYTE CASTRO ALONSO 

    Eran aquellos tiempos de la facultad en los que encontrar un sitio en la biblioteca era todo un privilegio. Una tarde divisé casualmente uno libre y mientras me dirigía hacia él tropecé con una chica que en su desesperación por quitármelo se metió tal tortazo que acabó en el suelo con el collar y las gafas rotas. En lugar de ayudarla la dejé allí tirada y me senté triunfalmente en aquel sillón de oro. Nunca volví a verla hasta ayer cuando entré en Sala. Lucía regia en su trono judicial. Intenté inútilmente esconderme bajo la toga para que no me reconociera y luché para que el derecho al olvido no fuera una quimera cibernética. SEÑORR LETRADO!!! ACÉRQUESE AL ESTRADO POR FAVORR!!! me dijo fríamente, y como quien camina hacia el patíbulo, me acerqué sin confianza, cabizbajo, sabiendo que iba a ser condenado justamente por aquel delito que un día cometí.

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  • Imagen de perfilLa Toga

    Francisco Javier Rodriguez-Varo Roales 

    Hoy empieza un nuevo día, aguardando en el armario del Colegio estoy a que vengan a buscarme. Nieto e hijo de toga comienzo la mañana ilusionado.
    Ayer fue completo, cuatro despidos y tres divorcios. Hoy será distinto, por eso me gusta lo que hago.
    A lo largo de los años, he sido llevado por jovenes abogados que despues de largas horas en la biblioteca preparando su primer juicio, me lucieron como si del uniforme de un Mariscal se tratase.
    He sentido la confianza del cliente, el privilegio de la victoria y el amargo desprecío de la derrota.
    Me han envuelto en caros perfumes, elegantes trajes y hasta con un collar de perlas.
    Lo que es seguro, es que nada de lo que ocurra hoy quedará en el olvido y que mañana estaré en el armario del Colegio esperando a que vengan a buscarme, porque soy nieto e hijo de toga.

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  • Imagen de perfilDE LA PROPIA MEDICINA

    ANA MARIA VIÑALS LORENTE 

    Mientras esperamos para entrar en sala, recuerdo nuestros años en la Facultad de Derecho.

    Las tardes que pasaba sola en la biblioteca, soporíferas primero, sumergida entre códigos de leyes tratando de memorizar artículos, excitantes después, cuando te vi entrar en ella por primera vez.

    Tratar de averiguar dónde te sentarías, fingir cualquier olvido para pedirte un bolígrafo y poder entablar conversación contigo ganándome tu confianza, o ponerme un bonito collar para impresionarte, eran mis mayores preocupaciones por aquel entonces. Sentía que era un privilegio poder estar contigo. Soñé que algún día formaríamos una bonita familia y que trabajaríamos juntos defendiendo a nuestros clientes ante la justicia.

    Los despistes, tu peculiar sonrisa...todo aquello que antes me resultaba encantador ahora me desquicia. Dentro de unos minutos estaremos ante el tribunal que tantas veces hemos pisado litigando para otros en espinosos divorcios pero, esta vez, los protagonistas seremos nosotros.

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  • Imagen de perfilPERO GANASTE

    Sergio Aguilar · Zaragoa 

    Te conocí en plena crisis de confianza. Época de histeria insomne y de ánimo frágil. Era enero y la biblioteca de la Facultad de Derecho parecía un bazar iraní, en claro contraste con la cotidianidad monástica de días pretéritos. Entre estudiantes perennes, tú, ataviada con ese collar de plata y un nihilismo insultante, leías a Lacruz Berdejo. Contradictoria, por tus propias decantaciones, parecías un cuadro de Séraphine Louis. Pero brillante. Tras la iniciática presentación, me invitaste, convulsa, a tu primer juicio, donde estrenabas toga y anhelos. ¿Me acompañas? Aquello era un privilegio casi de casta. Con el tiempo, arreglaste los cristales de mi espejo interior, que se contaban por miles, casi tantos como los granos que yacen en la arena de Cirene. En ocasiones, el olvido viene a borrarte. Aunque otras veces, te pienso en forma de fotogramas. ¿Lo recuerdas? No siempre puedes tener lo que quieres. Pero ganaste.

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  • Imagen de perfilDESPUÉS DE TANTO TIEMPO

    JOSE MANUEL BREA FEIJOO 

    Busqué con desasosiego aquel libro, perdido entre los miles de ejemplares de mi boscosa biblioteca. Solo ése, echado al olvido, contenía la clave inculpadora. Entre sus páginas, perfumadas de derecho amatorio, había guardado veinte años atrás una carta de Colibia, mi amante esposa, como un tesoro único. Por fin la hallé... “Querido Edulio, Muscario ha jurado matarme si no te dejo”, había escrito temblorosa. Como abogado acusador, tenía la prueba que necesitaba contra el exmarido celoso. La había estrangulado con el collar de perlas que yo le regalara. Sin dejar huellas, sabía que fuera él. ¿Después de tanto tiempo? Pues sí. Los asesinos pasionales aguardan a veces pacientemente. Procurar justicia para Colibia era mi objetivo. Un privilegio de letrado, fortalecido en la confianza de hombre enamorado… Al final, Muscario quedó entre rejas. Y ella, en sueños, aún sigue conquistándome: “Edulio, te amo”… ¡El amor no muere con la muerte!

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  • Imagen de perfilVOCACIÓN

    Margarita del Brezo 

    No olvido la pequeña furgoneta cargada de libros que martes y viernes aparcaba delante de la iglesia. La visitaba con tanta frecuencia que pronto me gané la confianza de Damián, el conductor, además de sus entusiastas recomendaciones literarias. Años después me marché a estudiar derecho y, cuando regresé, en el barrio había una biblioteca de ladrillo. No volví a verlo. Hasta esta mañana, en el despacho. Lo reconocí al instante. Sus manos arrugadas sostenían «El collar de la reina», el primer libro que me prestó. La noticia de un concurso de microrrelatos sobre abogados que gané le puso sobre mi pista. Hemos hablado de la vida, la suya y la mía. También de la que no está escrita todavía. Y de que poder redactar contratos y alegaciones, recursos e impugnaciones en mi trabajo es todo un privilegio. Tanto que a veces no sé bien si soy abogado o escritor.

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  • Imagen de perfilEL COLLAR

    Yolanda Nava Miguélez 

    A la letrada que me recomendaron para llevar mi divorcio le precede una estela del noventa por ciento de casos ganados. Después de muchas horas preparando el juicio hemos tomado confianza y me ha explicado el origen de su vocación. Se remonta a su infancia, al desengaño sufrido con el juramento de amor eterno que un niño le hizo a los doce años. Asegura que le regaló un collar de margaritas precioso, idéntico al que vio en el cuello de su mejor amiga ese mismo día en la biblioteca. Desde entonces no cree en el amor y menos en el que lleva una firma de por medio. Para ella es un privilegio contribuir a separar lo que nunca debió unirse. La escucho intrigado. Había echado al olvido el incidente y no consigo recordar cuál de las niñas a las que les regalé el collar ese día, es ella.

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  • Imagen de perfilHIBRIS: LA TENTACIÓN INSOLENTE DE LA “DESMESURA”

    David Rojo Canelada · Madrid 

    El azulado destello que emanaba de la pantalla del ordenador era el único atisbo de luz que iluminaba la montaña de papeles y libros que se agolpaban a mí alrededor. Hacía rato que la biblioteca se había quedado vacía, un privilegio del que sólo yo era merecedor por conocer al responsable del archivo.

    El imposible escrito de demanda tenía que presentarse por la mañana, quedándome apenas unas horas para poder enmendar lo que por despiste se había transformado en olvido.

    A pesar de ello, el exceso de confianza en mí mismo siempre me había llevado al límite. Así, con un poco de jurisprudencia y algo de prosa ligera el escrito estaría terminado.

    De repente, la oscuridad engulló la habitación y empecé a sentir como si alguien acabara de rodear mi cuello con un collar estrangulador. Estaba completamente paralizado. Se había ido la luz en toda la manzana.

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  • Imagen de perfilAQUELLA SONRISA

    RAFAEL OLIVARES SEGUÍ 

    No olvido aquella tarde. ¡Cómo olvidarla!. Me encontraba en la biblioteca de la facultad, preparando mi tesis doctoral sobre la influencia de la Declaración de Derechos Humanos en el Código Penal, cuando alcé la vista y la ví entrar. Impresionante, con un sencillo collar de tres perlas y su aspecto de estudiante aplicada. Ojeó los espacios disponibles y dirigió sus pasos hacia mi mesa. Era mi día de suerte, tuve el privilegio de que se sentara a mi lado. Cuando vi que trabajaba con varios libros de Derecho me tomé la confianza de ofrecerle mi ayuda desinteresada. Rehusó amablemente con una sonrisa que en aquel momento no supe adjetivar. Tres meses después, justo el día de la lectura de mi tesis, la volví a ver. Esta vez me dedicó de nuevo su misma sonrisa, ahora sí, condescendiente, antes de sentarse a presidir el tribunal examinador.

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  • Imagen de perfilRecordando a Lucía

    Cristina Martín Rodríguez 

    Hacía mucho tiempo que se había ido, pero seguía escuchándola: “Serás el mejor abogado del mundo”. Ella era la única que creía en él. La chica del collar verde y los ojos azules que se sentaba siempre en la última mesa de la biblioteca. Ella era la obra más preciosa de aquel lugar. Con mil historias que contar. La que le enseñó que estar vivo es un privilegio, aunque él lo hubiera pasado mal. Ella le mostró, también, que el olvido es necesario a veces, pero solo a veces.

    Los años de Derecho habían pasado deprisa, pero hoy, en su primer día en el despacho, había decidido poner una foto de Ella para que, con su sonrisa, le recordara que debía tener confianza en sí mismo. En la vida. Ella se fue antes de tiempo, pero él se lo había prometido: “Algún día el mundo temblará con tu sonrisa, Lucía”.

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  • Imagen de perfilEN BUSCA DE LA ESTABILIDAD

    ANA MARIA REMEDIOS SANCHEZ 

    Cursaba su “Máster a la Supervivencia”. A veces, echaba la vista atrás, cuando preparaba en la biblioteca sus oposiciones a Judicatura. Nunca dejó en el olvido las palabras de Francisco, juez de menores a quien “cantaba” su temario, antes de abandonar dicha andadura por motivos personales­: “Siempre humildad; la persona está por encima de profesión, oficio o cargo”.
    El camino un día se tornó complicado. Pero no perdió la confianza y tuvo el privilegio de conocer a quienes serían su ejemplo. Necesitaba estabilidad y no ser una nómada laboral como tantos españoles. Realizó entrevistas para la Mutualidad de la Abogacía. No pudo ser, a sabiendas de que podía demostrar su profesionalidad y compromiso. Una vez más, acarició la grabación de su collar (“A Dios pongo por testigo…"). Y Scarlett decidió concursar relatando su experiencia. Si era merecedora del premio, podría pagar un mes más su hipoteca.

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  • Imagen de perfilMi cambio

    Juan Alberto Rodríguez Jiménez 

    Estaba en la biblioteca del Colegio de Abogados, estudiando jurisprudencia sobre disforia de género, transexualidad y el derecho a cambiar de nombre en el Registro, un privilegio que no existe en todos los países. Me resultaba extraño estudiar un caso relativo a mi misma. Tenía todos los informes preparados de mi cambio de operación y de mi trastorno por disforia de género, por fin caerá en el olvido, mi atormentada vida como hombre y todo mi sufrimiento, aunque para ello tuviera que irme a vivir desde Las Palmas a Madrid.
    Unos días después, ya lo tenía todo preparado, me puse mi collar especial, el primero que me había puesto tras el cambio, y ahora camino hacia el futuro con una mezcla extraña de incertidumbre y de confianza a la vez, con un nuevo nombre de mujer: Ana María.

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  • Imagen de perfilVivencias

    Cristina Herrero 

    Los nervios dominaban mi cuerpo, y mi piel, empezaba a transpirar al compás de un acelerado ritmo cardíaco. Tan cardíaco como el sentimiento de temor. Temor y pánico que conseguían hacer desaparecer la confianza. Desconfianza y vulnerabilidad que daban paso al olvido. Olvido y pánico que borraban de golpe los conocimientos adquiridos en la universidad. Esperanza y felicidad. Felicidad por intentar conseguir los objetivos propuestos. Firmeza, humildad y calma. Calma transmitida por el collar. Collar familiar convertido en reliquia y amuleto para mí. Agobio y confusión. Logro y privilegio, júbilo e ilusión. Ilusión e inseguridad en los pensamientos. Pensamientos en la biblioteca. Curiosidad, alborozo, atracción. ¡Faltan cinco minutos!
    Motivada y segura, con optimismo. 25 de febrero. Camino a la prueba de acceso a la abogacía. Entusiasmo y satisfacción. Agradecimiento, templanza y mucha concentración.

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  • Imagen de perfilOtra oportunidad

    Marta Trutxuelo García 

    Contempló la estancia tapizada de libros, aquella magnífica biblioteca: su prisión. Había sido condenada al privilegio de disfrutar del saber de los eruditos. ¿Condena o quizás oportunidad? Había estudiado Derecho, la única condición que le impusieron sus padres a cambio de satisfacer todos sus caprichos. La niña mimada que lo conseguía todo, incluso lo que no podía tener. Se tocó la muñeca, podía haber sido peor, pero sabía que habían perdido la confianza en ella. Un descuido, un olvido, un despiste. Así lo definió ella, a pesar de conocer el alcance legal de su acción, pero así se lo hizo entender al juez. Volvió a mirarse la muñeca y suspiró con una sonrisa socarrona; el capricho de robar un collar le llevó a lucir aquel brazalete electrónico; arresto domiciliario por hurto, por ser la primera vez; tenía 70 días para reflexionar entre aquellos libros. Otra oportunidad.

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  • Imagen de perfilNO SE LEER

    María Dolores Navarro Esteban 

    - Y esta es tu biblioteca.
    - Los libros de Derecho están en el segundo estante, y el que tiene una pegatina roja es tu preferido; eso nunca lo olvido ¡Vamos, cógelo! Sigue teniendo la confianza en que te ayudará nuevamente al leerlo.
    - No puedo, no sé leer. ¿Cómo se llama?
    - Se llama “Justicia”
    - ¿Quieres que te lea la primera página?
    - Sí, recuérdamela.
    - Te la leo, pero antes prométeme que no te volverás a quitar el collar del alzheimer
    - Prometido
    - ¡Mira¡ hoy nos vuelve a sorprender con una dedicatoria para ti. Dice: “ De la Justicia a mi inestimable amigo: fue todo un privilegio haberte tenido de mi lado como magistrado durante tantos años”

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  • Imagen de perfilTODOS LOS DÍAS SE CONOCE GENTE NUEVA

    MANUEL MORENO BELLOSILLO 

    En los juzgados esta mañana se paró a hablar conmigo una mujer muy simpática. Me confundía con alguien, pero me apuró incomodarla y le seguí la corriente. Si la hubiera conocido seguro que me habría acordado porque jamás olvido una cara. Siempre he tenido confianza en mi memoria, es mi mejor cualidad, por eso estudié derecho. Para cualquier abogado tener buena memoria es un privilegio, cuanta más información legal almacene mejor abogado será. De joven no me costaba estudiar y me aprendía los manuales de derecho sin esfuerzo. Mi cerebro era como una biblioteca repleta de artículos, doctrina y jurisprudencia. Es normal que con la edad la memoria enflaquezca y que a veces se me olviden cosas, tonterías sin importancia. Mismamente ayer mis hijos me regalaron un localizador gps para llevar colgado al cuello con un collar y hoy ya me olvidé de cómo funciona.

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  • Imagen de perfilPRIMERA VISITA

    Eva María Cardona Guasch 

    Estaba perdido. Mi mujer me había dejado y apartado de los niños. Mis planes de vida, truncados. Ella se adjudicó el privilegio de decidir por todos. Yo no sabía cómo afrontar la vida a partir de entonces ni qué derechos me asistían.

    Me animaron a consultar a aquella abogada. “¿Qué hará ella por mi?”, pensé entonces. “¿Acaso me devolverá la familia?”

    No olvido su recibimiento, comedido y amable. Vestida sobriamente, con un sencillo collar como único adorno, me invitó a pasar a un despacho sin pretensiones: mesa de trabajo, butacas confortables, una nutrida biblioteca. No sé cómo lo consiguió pero, en unos instantes, le estaba confiando mis temores. Al acabar la entrevista, sentí haber recobrado la confianza, no temía al futuro imperfecto. El juicio venidero había dejado de inquietarme. Mis derechos estarían defendidos. Y lo más importante para mi: supe que, desde entonces, ya no estaba solo.

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  • Imagen de perfilPaternidad responsable

    María Sergia Martín González- towanda 

    Me había granjeado la confianza del despacho, cuando mi socio me puso en antecedentes: los Gramunt querían adoptar un bebé. Yo les representaría. Sin duda, un gran privilegio para un abogado novato. Consumí horas de biblioteca, estudiando los requisitos requeridos: edad de los adoptantes, tiempo de convivencia… No podía echar nada al olvido. El panorama era desalentador. Si bien, Mariona Gramunt era una mujer joven, su esposo rondaba los cincuenta, circunstancia que aumentaba la edad del adoptado. Fui explícito al plantearles esta dificultad, pero decidieron proseguir. Fueron años de trámites interminables, como enhebrar un collar con cuentas infinitas.

    Un día caprichoso, Gramunt resolvió desentenderse del proceso y de su esposa, en ese orden. Por aquel entonces, mis implicaciones emocionales no me permitieron abandonarla.

    Hoy han llegado a mis manos los papeles definitivos. Emocionado, he telefoneado a Mariona para comunicarle que, por fin, vamos a cumplir nuestro sueño de ser padres.

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  • Imagen de perfilENTRE JUICIOS ANDA EL JUEGO

    Amparo Martínez Alonso 

    La bibliotecaria es una chica joven, me acerco a ella.

    —Hola, soy Marta…

    —¿Tienes el collar?

    —¿Eh?... ¡No!

    —Entonces, ¿cómo sé que eres Marta?

    —… Hace años nos reuníamos tres amigos en esta biblioteca. Leíamos y, luego, en la rebotica (ellos eran hijos del farmacéutico), recreábamos algunos casos (“El traje nuevo del emperador”, utilizando mi collar invisible) o construíamos finales más justos (el juicio de la Reina de Corazones en “Alicia en el país de las maravillas”)… ¡Fueron tiempos felices! Un privilegio que pasó al olvido. Hasta que recibí esta nota:

    “Marta, te esperamos en la biblioteca, como hace quince años.”

    Soy abogada, el membrete del mensaje me dio confianza y despertó mi curiosidad.

    —Un alegato convincente, Marta. Puedes acceder al país de las maravillas.

    —¿A la rebotica?

    —¡No! La vieja farmacia es ahora el bufete de mis hermanos… ¡Te esperan para defender la Ley en el mundo real!

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  • Imagen de perfilVértigo

    Álvaro Galacho Serrano · Málaga 

    No había sido nada fácil pero tras finalizar el máster y mover un par de hilos, encontré un despacho en el que comenzar mis andaduras como abogado. Pese a la dureza y la ingratitud propias del oficio, a mi me llenaba. No sólo me hacía sentir pleno y útil sino que era todo un privilegio encontrarme donde me encontraba. Tras tantas horas en la biblioteca tratando de entender Derecho Tributario o el ordenamiento Internacional Privado y contando con la confianza y la ilusión que la familia depositó en mi, no podía permitirme caer en el olvido ahora. De hecho, y aunque no lo sepa a ciencia cierta, seguro que mi madre tuvo que vender más de un collar y alguna que otra alhaja para poder pagarme las matrículas.

    Es ahora o nunca, el camino empieza ahora. Me aferro a mi nuevo maletín y enfundándome la toga, subo al estrado.

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  • Imagen de perfilNo todo arde

    José Manuel Pérez Pardo de Vera 

    “Una noche de hace muchos años, cuando todavía era un joven abogado, nosotros, al igual que tantos otros antes, fuimos obligados a llevar todos los volúmenes de nuestra biblioteca a una céntrica plaza. Allí, en visceral y atávica danza, las llamas devoraron los libros que nos habían enseñado cuanto sabíamos de nuestra profesión y que habían forjado nuestra confianza en un futuro en libertad.

    Entre bravatas, improperios y empujones, el adorno preferido de mi madre salió despedido y se hizo añicos. Sólo acerté a capturar al vuelo una mínima parte, a la que libré de tocar aquellos adoquines mancillados por la intransigencia y el fanatismo.

    Nunca te lo había contado, pero hoy es tu día, y privilegio de la verdad es no guardarla en el olvido para siempre.”

    Tras la lectura, rasgó el envoltorio de su regalo de licenciatura. Ante él asomó la delicada cuenta de un collar de antaño.

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  • Imagen de perfilAtocha: el último suspiro de un Licenciado en Derecho

    VICENTE CUESTA RONCERO 

    24 de enero de 1977, cerca de la madrugada. Yo estaba en la biblioteca del despacho situado en el número 55 de la Calle Atocha. Contemplo con profunda desolación e impotencia mi cuerpo yacer sobre un charco de sangre. Sobre mi pecho pendía el collar que mi novia me había regalado porque sí, por amor. Yo todavía no había acabado la carrera, pero me llené de confianza e ilusión y empecé a trabajar en un despacho donde la realidad y la utopía no se desdibujaban. Aquella noche, una ideología de sangre fría pretendió situarnos en un olvido cruel e injusto golpeando a la libertad y a la democracia. Y yo, antes de que todo se volviera oscuro para siempre, sentí el privilegio de haber compartido vida con cada uno de mis insignes compañeros, una historia que perdurará en la mente de todos los trabajadores.

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