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Carolina Navarro Diestre 

Mi sudor es ácido de hormigón. Al contacto con el líquido, mis senos se estremecen y una imperceptible grieta se dibuja bajo el cárdeno mármol. Es una sensación agradable. Muchas veces, de verdad, habría deseado desasirme de esta condena de túnica y quietud. Algunos días me gustaría mostrarme vulnerable y desnuda ante los transeúntes, mortal y mujer. Pero este castigo de piedra no cesa del mismo modo que el sol no relaja su yugo. A mis pies, un abogado repasa la alegación que presentará más tarde. Un poco más allá, una taquígrafa come un bocadillo. Desde el umbral del Palacio de la Justicia contemplo la colección de juristas y la siento como algo propio. Soy la diosa Temis, Iustitia para los romanos, y puedo veros a través de mis ojos vendados. He jurado ser imparcial y proteger vuestros derechos. Sostengo la balanza y blando la espada. Bienvenidos a mi templo.

 

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