Imagen de perfilEsencias, las justas

Marta Trutxuelo García 

Soy abogado. En mi oficio es esencial establecer pactos con mis clientes, sobre todo uno, fidelidad, o lo que el acervo popular denomina «confidencialidad», similar al juramento hipocrático o al secreto de confesión. Amparado por la toga de mi código deontológico comencé a formular las preguntas esenciales que facilitan que abogado y cliente estemos conectados y confiemos el uno con el otro. Pero mi interlocutor respondía con evasivas, se contradecía, dudaba de sus propios recuerdos. Sus ademanes nerviosos, el tartamudeo en su discurso… el fiscal lo hundiría en el juicio. Debía conseguir que se derrumbara, pero ante mí. Y así ocurrió, mi cliente destapó su caja de Pandora particular y conseguimos encauzar la defensa del caso.
El privilegio de confidencialidad sella mis labios, pero diré que en su camino de retorno del temor a la confianza resultó esencial la memoria olfativa. Lo intuí cuando me preguntó: ¿ese aroma es lavanda?

 

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