XVI Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilMONSTRUOS

Francisco Javier García Ballesteros 

Estaba obsesionado y le seguía a todas partes. Era un penalista de blanquecina e inquietante expresión, de mirada desafiante. Un tiburón de juzgado, sin escrúpulos, embutido en un brillante traje negro. Defendía monstruos y conseguía su absolución. Sádicos, psicópatas, neuróticos desequilibrados… Muchos de ellos reconocían, tras la sentencia, que delinquir les había costado un módico precio. Cada vez que aparecía, su fama fagocitaba las esperanzas de los familiares de las víctimas. Destrozaba a la acusación, incapaz de cotejar pruebas o unir piezas de una enrevesada defensa, montada sobre un rompecabezas. Él mismo se erigía, cual torre de Babel, en un locuaz protagonista de un baile argumental dialéctico, laberíntico. Así es como defendió, de forma implacable, al asesino que acabó con mis padres. Hoy, me he presentado en el aniversario del fallecimiento de su mujer. Ha rechazado la llevanza de mi caso, creo que sabe que fui yo quien la mató.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilSER PERSONA PARA SER ABOGADO

Estrella Cabezón 

El aniversario de bodas de Lucía y Juan se convirtió, como era de esperar, en un auténtico juicio. Ambos, abogados de profesión, no podían evitar llevar cada conversación al terreno legal. Esa noche, Juan, con gesto solemne, declaró: —Voy a cotejar todas las pruebas de amor que has presentado este año. Lucía, con una sonrisa inquietante, se levantó de la mesa. —Tu baile patético en la boda de mi prima fue un claro intento de delinquir contra el buen gusto —replicó, con mirada astuta. Juan simuló ofenderse, pero ambos sabían que jugaban. —¿Y qué hay de tu olvido del aniversario del año pasado? —añadió Juan, en tono de fiscal implacable. —¡Objeción! —respondió ella, alzando la mano—. Fue un error procesal, no premeditado. Al final, tras risas y miradas cómplices, dictaron la sentencia más justa: culpables de amarse con locura. Y como pena... un beso, sin derecho a apelación.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilMiguel y Jaime

    Felipe Alcalá-Santaella Llorens 

    Miguel revisó sus notas. Enfrente Jaime, que también releía su carpeta.

    El juicio fue complejo, mucha prueba testifical y documentación que cotejar.

    Curiosa pareja de baile Miguel y Jaime. Se conocieron en una sala de vistas, Miguel era el acusado y Jaime el fiscal. El proceso pasó factura a Miguel, y es que delinquir no sale gratis. Empezó a frecuentar “Utopía”, un bar de aspecto inquietante para ahogar sus penas. La casualidad quiso que ese bar fuera también el santuario de Jaime, y se hicieron amigos.

    De derecho no hablaban, pero sí de música. Miguel tocaba la guitarra y Jaime el bajo, y sus voces se complementaban muy bien. Consiguieron una actuación fija los viernes a las 23:00h en Utopía, y llenaban el local. El próximo viernes, día de Todos los Santos, celebrarían el aniversario de su primer disco por todo lo alto.

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  • Imagen de perfilEl asesino del regalo

    Ticiana Ghiglione Darriba · Lugo 

    ¡En menudo baile me he metido! ¡En qué momento se me ocurrió aceptar el caso del «asesino del regalo», el mayor asesino en serie de la historia de este país! Yo solo quería darle un buen impulso a mi carrera, y se lo di, ¡y tanto que se lo di!, pero ¡a qué precio! Fueron meses de cotejar datos, entrevistas y búsquedas exhaustivas para finalmente no poder evitar que lo condenaran a la pena máxima. Todos sabían que cuando cumpliera su condena, volvería a delinquir.
    Hace unos días se cumplió el treinta aniversario de su entrada en prisión.
    Hoy, al entrar en mi despacho me encontré con un inquietante paquete en mi mesa. En la nota que lo acompañaba decía: he esperado mucho tiempo pero por fin ha llegado el momento, ¡aquí te dejo tu regalo!

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  • Imagen de perfilPARECE QUE FUE AYER

    Darío Pérez Montiel · Guadalajara 

    Parece que fue ayer. Sentado en nuestra cafetería, lamía mis heridas en el sexto aniversario del fallecimiento de Julia. Entonces ella, una preciosa e inquietante joven, se acomodó a mi lado para acariciarme la mano. Yo, quizás por deformación profesional, me aparté y agarré mis pertenencias, porque la amabilidad es el maquillaje de quien pretende delinquir.
    —Soy la hija del matrimonio que chocó contra tu mujer —se identificó—. Tú eres el abogado que se preocupó de garantizar tanto la culpabilidad de mi alcohólico padre como mi bienestar posterior.
    Sin documentos para cotejar aquello, en sus ojos reconocí a la huérfana adolescente del juicio. Aferré su mano y ya no la solté.
    Parece que fue ayer. Ella me pidió formalizar nuestra relación y hoy luce de radiante blanco. Se acerca a mí y, como hace diez años, intento ponerme una coraza. La derriban sus palabras:
    —¿Me concedes este baile, papá?

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  • Imagen de perfilCARMEN

    Ruth González Poncela 

    Mi amiga Carmen siempre quiso ser abogada. Por eso a nadie le resultaba inquietante que desde niña acudiera a los bailes de disfraces con una toga y un birrete que le había cosido su madre.
    Sin embargo, la vida la llevó por otros derroteros y tardó bastantes años en cumplir su sueño. Pasados los cuarenta, rebosante de ilusiones, inició su andadura como letrada del turno de oficio. Su leitmotiv, empatizar con sus defendidos y pelear por sus derechos contra viento y marea. En cierta ocasión, tras realizar una visita en un centro penitenciario, me dijo con tristeza que aquel chico era buena gente pero delinquir era para él simple cuestión de supervivencia.
    En el décimo aniversario del ejercicio profesional y tras cotejar las vicisitudes de todo y de todos, incluidas las suyas propias, cerró el despacho, vendió su casa y se fue a navegar. Posiblemente termine escribiendo sus memorias.

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  • Imagen de perfilLA FIESTA DE HALLOWEEN

    Rosalía Guerrero Jordán 

    La fiesta de Halloween del bufete siempre me resulta inquietante, pues en ella puedo cotejar los disfraces con la personalidad de cada uno de los miembros. Por ejemplo: Silvia es una bruja, Javier está muerto por dentro, y Fran tiene el cerebro hueco como una calabaza.
    Además, la posibilidad de delinquir delante de tanto leguleyo me resulta deliciosa como fruta prohibida. Quizás por eso siempre elijo una máscara que oculte mi rostro y nadie pueda reconocerme.
    Este año he sustraído los pendientes de diamantes que uno de los socios regaló a su joven esposa por su primer aniversario.
    Todo comenzó con un sutil baile de miradas; el roce de unas manos; una puerta que se abre; ella y yo encerrados en uno de los despachos…
    Ahora estoy arrepentido y quiero devolverle los pendientes. Lo cierto es que me he enamorado. Pero ¿podrá ella amar a este pobre, aunque apuesto, becario?

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  • Imagen de perfilHace cincuenta años

    Almudena Pérez Cruz 

    Nos conocimos hace cincuenta años y hoy celebramos nuestro aniversario. Nunca olvidamos la fecha, y yo tampoco he olvidado todos los detalles de aquella noche: su sonrisa inquietante, su mano apoyada en la barbilla y el codo en la barra, como si estuviera dispuesto a delinquir. Cuando me acerqué me dijo que estaba celebrando que acababa de licenciarse en Derecho y yo me encogí de hombros, pensando que era un presumido.
    Reacio al baile, su hábitat natural era la barra de las discotecas con un vaso de ginebra delante, siempre el mismo, porque no le agradaba beber, pero le daba empaque. Lo que sí le gustaba era observarme desde esa posición y se enorgullecía cuando algún hombre, y eran varios a lo largo de la velada, intentaba ligar conmigo. Disfrutaba al cotejar a mis pretendientes.
    Es un gran hombre y fue un magnífico abogado, aunque ahora ya no lo recuerde.

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  • Imagen de perfilDURMIENDO CON SU ENEMIGO

    FELIPE APARICIO HERNÁN 

    Tras años enclaustrado, como si estudiar Derecho y ejercer la abogacía hubiesen sido una cárcel tras delinquir, Sergio vio la luz al final del túnel. En loor de multitudes, se cumplía el 25 aniversario de su graduación. Con todos los honores, fue el primero de su promoción.

    Lejos de los formalismos de este tipo de eventos, hubo reencuentros y risas con viejos colegas de pupitre, mus y biblioteca. Incluso baile, meneando las caderas (alguna ya de metal), con escarcha en el pelo y sin parar de cotejar recuerdos melancólicos. Ya saben, cualquier tiempo pasado fue mejor. Sergio lo disfrutó. Y nadie le miraba como un bicho raro.

    Al día siguiente, amaneció con una sensación, inquietante, pero habitual. Resaca de infelicidad. El espejo no engañaba. Atado a una cama, los fantasmas de la salud mental de Sergio habían aparecido de nuevo. Y el psiquiátrico volvió a tener a su “catedrático” legal.

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  • Imagen de perfilDancing Queen

    Carolina Navarro Diestre 

    Nunca fui la reina del baile, ni siquiera una chica popular. Si decides buscarme en el almanaque del instituto, soy una tachadura a pie de página, ese rostro vulgar e insustancial con gafas y gesto somnoliento. Siempre emboscada en la lectura, sepultada bajo un montón de libros, acontecí un ratoncito de biblioteca. Eso sí, siempre tuve clara mi vocación por el Derecho. Todas las noches me acostaba fantaseando con defender a los más débiles o llevando a la cárcel a aquellos que osaban delinquir. ¡Tomad, malandrines!, enarbolaba mi bolígrafo acusador. ¡Probad el peso de la ley!

    Hace mucho de esto que cuento y se hace harto complicado cotejar pasado y presente, confrontar hasta qué punto cumplí mis sueños. Algo debí lograr, porque es la fiesta aniversario de la promoción del 88 y un inquietante silencio se cierne cuando hago aparición. Todos me miran. «Mirad», susurran respetuosos, «es la jueza Carolina».

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  • Imagen de perfilYo os espero fuera

    Ana María Abad García 

    El fiscal explica las circunstancias de la detención del acusado, vestido de Adán en el baile de máscaras del décimo aniversario de boda del alcalde. El inquietante disfraz -tan solo una hoja de parra estratégicamente colocada- ocasionó el desmayo de la esposa del alcalde y, al cotejar las huellas del hombre en la base de datos de la policía, constaban varios episodios similares en meses anteriores. Había prometido no volver a delinquir, pero el incumplimiento reiterado de su palabra obliga al juez a dictar, esta vez, una sentencia más severa.
    Mientras lo sacan de la sala, se alza una indignada voz de protesta junto con unas carnes opulentas cubiertas solamente con una diminuta hojita de parra y una suntuosa melena rubia. Los alguaciles, a instancias del juez, se llevan también a la mujer. La serpiente, más avispada, se escurre en silencio entre los asientos con la manzana en la boca.

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  • Imagen de perfilSEDUCCIÓN LETAL

    JUAN ANTONIO CHAMORRO BARRIENTOS 

    La conocí en el baile de graduación. Ella había terminado Derecho, yo Económicas. Ella era heredera de un imperio textil, yo era heredero del terruño de mi padre, allá en Galicia.

    Cuando hicimos el amor la primera vez, me atravesó con aquella mirada inquietante y me espetó:

    ¿Nunca te ha atraído el morbo de delinquir?

    A partir de ahí, todo vino rodado. Entré en una espiral de la que era imposible escapar. Ella lo organizó todo. Yo fui, simplemente, un brazo ejecutor.

    Primero fue su hermano mayor. Lo de su madre fue algo más fácil, ya era muy anciana. Todo iba bien hasta que al padre se le ocurrió contratar a un grafólogo para cotejar la letra de los anónimos con la de la carta que le escribí hablándole de nuestra relación.

    Hoy, durante nuestra fiesta de aniversario, dos agentes de la Policía se han empeñado en llevarme detenido.

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  • Imagen de perfilSER PERSONA PARA SER ABOGADO

    Estrella Cabezón 

    El aniversario de bodas de Lucía y Juan se convirtió, como era de esperar, en un auténtico juicio. Ambos, abogados de profesión, no podían evitar llevar cada conversación al terreno legal. Esa noche, Juan, con gesto solemne, declaró:
    —Voy a cotejar todas las pruebas de amor que has presentado este año.
    Lucía, con una sonrisa inquietante, se levantó de la mesa.
    —Tu baile patético en la boda de mi prima fue un claro intento de delinquir contra el buen gusto —replicó, con mirada astuta.
    Juan simuló ofenderse, pero ambos sabían que jugaban.
    —¿Y qué hay de tu olvido del aniversario del año pasado? —añadió Juan, en tono de fiscal implacable.
    —¡Objeción! —respondió ella, alzando la mano—. Fue un error procesal, no premeditado.
    Al final, tras risas y miradas cómplices, dictaron la sentencia más justa: culpables de amarse con locura. Y como pena... un beso, sin derecho a apelación.

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  • Imagen de perfilGulliver

    David Villar Cembellín 

    Me hago gigante en casa. De puertas para adentro torno un titán, un coloso, una criatura de hombros descomunales. Siempre existe algo, además, para mi enfado. Cruzo el umbral y comienza el baile de descalificaciones. Que si la sopa está fría, que si la alfombra está sucia, que a mí qué narices me importa que sea hoy nuestro aniversario. Mi voz estentórea rebota en las paredes y no pocas veces veo necesario levantar la mano. Así de grande soy.
    Hoy, sin embargo, me siento distinto. Los alógenos de los juzgados emiten una luz que me empequeñece. De manera inquietante me hacen saber que, por lo visto, insultos y amenazas son formas de delinquir. La parte fiscal logró cotejar el informe pericial de malos tratos y encojo varios centímetros cuando me enseñan fotografías de un ojo amoratado. Ahí disminuyo sobre el banquillo, desaparezco, me vuelvo diminuto. Un gnomo menguante. Un liliputiense.

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  • Imagen de perfilEl que un día fue mi esposo

    Noelia Serrano · Madrid 

    Cuando llegué, había tras aquella reja un cartel que rezaba "prohibido delinquir" y varios cigarrillos en el suelo, contuve la risa. Tuve que cotejar dos veces la dirección para asegurarme de que estaba en el lugar correcto, y me resultó muy inquietante que mi cliente me hubiese citado allí.
    "Buenos días, letrada", respondí con una mueca y me introduje en aquella nave industrial.

    -Ya sabe por qué está usted aquí, ¿verdad?
    -Por supuesto, enhorabuena por su libertad condicional, han pasado muchos años.
    -Desde luego...Hoy es el aniversario de la muerte de mi esposa. Dos décadas después, aún la recuerdo en aquel baile del instituto. No debió morir, no quise matarla.

    Descolgué el teléfono y entraron en la nave seis agentes policiales y varios médicos, quedando el hombre inmovilizado en apenas segundos.

    Tras muchos años, todavía sigo visitando a mi marido en el hospital psiquiátrico, aunque él me crea muerta.

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  • Imagen de perfilToga sin género

    Pedro Antonio Herreros Rull 

    Aquella pregunta siempre me resultó muy inquietante por recurrente. Al principio solo me la hacía cada aniversario, después todos los meses y últimamente todos los puñeteros días: ¿Por qué contraje matrimonio contigo si sabía que ibas a delinquir?. No necesité cotejar con nadie mis impresiones, sabía cien por cien que lo ibas a hacer. Y lo has hecho, ¡vaya que si lo has hecho! Mi cuerpo yace ahora en el suelo, inmerso en un amapolado mar de mi propia sangre. No tengo fuerzas para levantarme y, ahora que abandono este mundo, en este baile de sensaciones, solo puedo decirte que siempre te amé, que te quise por encima de todo, que mi amor hacia ti fue ciego pero que, como ya te advertí, jamás utilizaría mi toga para defender tu falta de escrúpulos.

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  • Imagen de perfilEl envés del olvido

    Marta Trutxuelo García 

    Abro la puerta y cierro los ojos esperando, al volver a abrirlos, encontrarte, como antaño, sentado frente a tu mesa de trabajo, con tu mente sumergida en cotejar pruebas, tus manos entregadas al baile con documentos y expedientes. Tras el umbral, tú, en la mecedora, las manos ociosas y los ojos ausentes. Sonríen tus labios cuando atuso tus sienes plateadas. "Adoro el envés de tu aroma", susurras, sin delinquir en falsos halagos. Hoy olvidaste mi nombre y tampoco lo recordarás mañana. Con la mirada tan lluviosa como la mañana evoco el día en que emitiste el pronunciamiento más inquietante de tu carrera. Eras ya consciente de los síntomas del olvido: las llaves, las gafas, nuestro aniversario... Antes de que la medicina dictara su sentencia, tú, mi buen juez, decidiste la tuya. Yo ofrecí asilo a tu renuncia laboral, memoria con aroma a nuestra vida, seré el envés de tu olvido.

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