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Ignacio Hormigo de la Puerta 

Si de algo se puede acusar a mi cliente es de ser un romántico. Lo veo al otro lado del panel de cristal, tan poquita cosa, y siento una lástima inmensa. Añora a su esposa y sus sollozos me llegan a través del interfono. Esperábamos un sobreseimiento, homicidio imprudente en el peor de los casos, y le ha caído asesinato. Era su aniversario de bodas y decidió marcarse un detalle. Compró doce docenas de rosas rojas y las colocó estratégicamente por la casa para darle una sorpresa a su mujer cuando volviera. Antes de regresar al trabajo, dejó la ventana abierta, hacía calor y no quería que se mustiaran. No sabía del nido de avispas bajo la cornisa, ni de la alergia de su mujer, ni lo que era un shock anafiláctico. El hecho de que ella fuera millonaria y él su único heredero forma parte del cúmulo de fatalidades.

 

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