José Manuel Pérez Pardo de Vera

Microrrelatos publicados

  • Último día de hospital

    – Vamos, abogado. – dijo el celador.

    Respiró hondo y se dejó empujar, acomodando dócilmente los brazos sobre su regazo. Gesto adusto, impenetrable. Mirada provocativa, desafiante. Hábil gestor de los silencios. Elegante equilibrista de las palabras. El poso de una impecable trayectoria forense. Quizá hoy no podría estar a la altura.

    Las ruedas avanzaban silenciosas. Como si quisieran proteger el descanso de sus compañeros de pasillo. O vigilar que no advirtiesen su marcha. Como él, más de una vez creyeron que la edad podría aliarse fatalmente con el virus. Miradas tamizadas por escafandras se cruzaban en su recorrido. Ese que, tras tantos meses, le daría por fin acceso al soñado territorio de la salud recobrada.

    De pronto, se abrieron las últimas puertas. Todavía incrédulo, se levantó titubeante de la silla. Entonces, la vio. Y, bajo sus ojos, los incontrolables movimientos de su mascarilla delataron que la emoción le había vencido.

    | Octubre 2020
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 5

  • El abogado astrónomo

    Acodado en la cubierta, contemplaba con nostalgia la espuma que dejaba la estela. La proa penetraba la oscuridad de la noche. Se le antojaba la de su incierto porvenir de jubilado tras una vida dedicada al Derecho.

    Elevó la vista a las estrellas. Su hobby. Admiraba aquel orden y equilibrio. Siempre había intentado extrapolarlos a su humilde microcosmos de togas, estrados y encausados.

    En el camarote abrió el neceser. Quizá fuese por ese corte en la barbilla con su cuchilla de hierro. O por el repentino calor asfixiante, preludio de un temporal cercano. O por el monótono murmullo de lejanas voces sin nombre.

    Al día siguiente los diarios se hicieron eco del rescate de un navío. La voz de alarma la dio un mensaje telegrafiado en un inusual lenguaje forense. En las portadas su autor fue apodado 'el abogado astrónomo'. Aquel fue el primer día del resto de su vida.

    | Agosto 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 4

  • Niños de la llave

    En verano solía dedicar las tardes a preparar mis intervenciones orales ante los Tribunales. Conclusiones, alegatos finales. La calma aletargante de la canícula parecía propiciarlo. Pero aquel día me fue imposible. Obstinados destellos se habían propuesto boicotear mis dotes persuasivas. Aquel presunto incumplimiento contractual debería esperar.

    Provenían del piso de enfrente. Entre las rendijas de la celosía, se presentían unas temblorosas piernas infantiles, que, con temerario desprecio por su seguridad, encaramaban sobre un taburete a dos grandes ojos oscuros. Mitad implorantes, mitad curiosos.

    Hoy le cuento entre mis alumnos en vacaciones. Junto con otros chavales que también emiten destellos. Los del sol al reflejarse en las llaves que penden de sus cuellos mientras sus padres trabajan.

    Me gusta pensar que les alejo de cualquier desalmado maleante. Y, mientras les miro, recuerdo, con distancia de siglos, que en la Antigüedad muchos grandes abogados un día fueron niños en clase de oratoria.

    | Julio 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 10

  • Turno de oficio

    Detuvo su montura. Sus huesos necesitaban descanso, tras el meneo de la veloz cabalgada. La ciudad yacía a sus pies. Desde aquel alto se veían nítidamente las columnas de humo. Cadáveres incinerados. Una imagen habitual desde la llegada de la devastadora pandemia a través de la pradera danubiana. Eran tiempos apocalípticos. Pensó en su insólito encargo y en si lo podría solventar con…vida.

    Mientras, dentro del recinto amurallado, el reo asía con fuerza los barrotes de prisión. El mundo estaba loco. Los siervos huyen de los campos, se resquebraja el vasallaje, la Corona languidece, luchas intestinas señoriales, los Papas en Aviñón… Sólo podía encomendar su caso a un discípulo del santo bretón. Nadie actuaría con mayor probidad, honradez y entrega. Valores –diríamos hoy– inscritos en el ADN de ese incipiente colectivo de juristas.

    Se abrió la puerta de la celda.

    - Majestad, el abogado de pobres está aquí.

    | Mayo 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 10

  • Una vida en una maleta

    No sé cuánto tiempo llevo ya aquí metido. Me duelen todos los huesos. De seguir mucho más, pronto me quedaré sin aire. ¡Y qué hambre! Menos mal que recogí del suelo aquella piruleta. Debo dosificarla. Es todo lo que tengo. Pero no me arrepiento. Tenía que intentarlo. Lo que sea con tal de no regresar a aquella miserable caja de cartón. ¿Qué pasa? Nos paramos.

    - Buenos días, agentes.
    - Buenos días. Control rutinario. Hágase a un lado y estacione el vehículo, por favor. No conviene sobresaltar a la concurrencia. Está siendo un juicio muy mediático. Permítanos echar un vistazo a su equipaje.

    De pronto, la hiriente transparencia de una luz cegadora se coló por las rendijas del nylon que se ceñía a su piel, aprisionada entre papeles y algún código sin actualizar. Con el pulso desbocado, cerró fuertemente los ojos y contuvo el aliento.

    - Abra esa maleta, letrado...

    | Marzo 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 10

  • No todo arde

    “Una noche de hace muchos años, cuando todavía era un joven abogado, nosotros, al igual que tantos otros antes, fuimos obligados a llevar todos los volúmenes de nuestra biblioteca a una céntrica plaza. Allí, en visceral y atávica danza, las llamas devoraron los libros que nos habían enseñado cuanto sabíamos de nuestra profesión y que habían forjado nuestra confianza en un futuro en libertad.

    Entre bravatas, improperios y empujones, el adorno preferido de mi madre salió despedido y se hizo añicos. Sólo acerté a capturar al vuelo una mínima parte, a la que libré de tocar aquellos adoquines mancillados por la intransigencia y el fanatismo.

    Nunca te lo había contado, pero hoy es tu día, y privilegio de la verdad es no guardarla en el olvido para siempre.”

    Tras la lectura, rasgó el envoltorio de su regalo de licenciatura. Ante él asomó la delicada cuenta de un collar de antaño.

    | Febrero 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 10

  • El número del escriba

    -- Hubo un tiempo, hijo, en que a los hombres de leyes se les cincelaba con tinta un número en el brazo. Era el número del escriba. Con este reconocimiento, se distinguía a quienes, conocedores de los arcanos de la palabra escrita, tenían el poder de preservar de la caducidad los más altos ideales de la sociedad.

    Estos señores saben que soy abogado y tú sueñas con ser juez; por eso nos han puesto este tatuaje: quieren que juguemos a esa vieja tradición.

    Desgraciadamente, mi padre no vio terminar aquel día. En una purga selectiva de prisioneros, de una cesta extrajeron su nombre y fue fusilado.

    Heredé su toga y a ella añadí, al cabo de los años, las dos puñetas de magistrado. Con ellas tan sólo pretendí, al igual que mi padre con su relato, conjurar lo mejor de nosotros mismos contra la decepción por tanto sufrimiento sin sentido.

    | Enero 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 11

  • Leo

    Hola, hijo. No me acostumbro a no tenerte. Habitabas un mundo ignoto y prohibido, pero jamás me resigné a que tu autismo fuera una cárcel infranqueable. Ni siquiera antes de que iniciaras la terapia con Leo.

    ¿Sabes que ahora es una celebridad? ¿Recuerdas el caso de ese terrible accidente de avión en pleno vuelo sobre el mar? Gracias a su potente ultrasonido fue posible localizar la caja negra, con la que conseguí probar que todo fue debido a un fallo técnico. Finalmente la aseguradora tendrá que asumir mayores indemnizaciones para los familiares de las víctimas. Hasta me rondó la idea de llamarle a testificar, pero me temo que habría estado abocada a la inadmisión.

    Desde que nos dejaste, Leo viene a esta playa cada año tal día como hoy. Las caricias que prodigo a ese conmovedor delfín tienen tu rostro por destino. Allí está. Salgo a tu encuentro, hijo.

    | Octubre 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 28

  • El primer Aranzadi

    “A mi señor Urukagina:

    Indecible fue el júbilo de este Letrado Mayor del reino cuando Su Excelencia iluminó su vejez encomendándole tan honorable encargo. Ante él, he procurado adoptar la más estricta humildad, consciente de que tan singular distinción no obedeció a mi persona, sin duda aventajada por quienes en la corte son ya capaces hasta de predecir el próximo eclipse.

    Bien sé que obedeció a la materia que una visión panorámica de su reinado siempre arrojará como constante centro de sus desvelos: hurtar a las veleidades de los poderosos un imperecedero cuerpo de leyes que, por su íntima conexión con la libertad y la justicia, merecían eludir la fragilidad de la memoria.

    A tal propósito sirvan estas tablas de arcilla y el gráfico que les acompaña como índice.”

    Emocionado, el locutor detuvo su lectura. Cuatro mil años después, estaba presentando al autor del primer repertorio legal de la humanidad.

    | Julio 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6

  • Toño, abogado

    Hacía tiempo que de nuestro modesto camposanto se habían adueñado las lápidas sin nombre. Tras el anonimato de cada una de ellas, siempre el mismo protagonista trágico: un refugiado forzado a acudir prematuramente a su cita con la muerte. En el mar o hacinado en un campo con la esperanza deshilachada entre las púas de una desgarradora alambrada.

    Mi amigo Toño no soportaba aquello e investigaba cuanto podía para poder escribir sencillos epitafios sobre aquellas lápidas. “¿Sabes? –me decía a veces–, yo no tengo Derecho, pero, en cierto modo, soy su abogado. Les defiendo del olvido y la indiferencia. ¿A que en tus pleitos nunca has tenido oponentes tan duros?”.

    Hace dos meses me enteré de que, en una operación de rescate, una ola se lo había tragado. Siempre que voy a visitarle sonrío al leer la sencilla inscripción que preparé para él: “Toño, abogado”. Le habría gustado.

    | Junio 2016
     Ganador
     Votos recibidos por la Comunidad: 1

  • La lucha por el derecho

    Se aproximaba el juicio. Como de costumbre, preparaba a conciencia sus conclusiones. Murmuraba de memoria su discurso, casi mecido por el leve sonido de las ruedas de su silla. Detuvo la grabadora. Pronto sus dedos, ya muy retorcidos, no le permitirían aquel sencillo gesto. Eso sería poco antes de que aquel ordenador le prestase su voz electrónica. Y poco después de que la perenne demanda de asistencia le dejase sin intimidad, definitivamente confinada entre los invisibles barrotes de su mente.

    Decididamente no estaba como para salir a ligar. Pero, aun maltrecho, jamás se plantearía la renuncia a aquel caso. No le asustaba prestar asentimiento a grandes sacrificios. Al fin y al cabo, él siempre había sido más de dar trigo que de predicar. Más de hechos que de huera palabrería. Debía librar aquella última batalla. Se lo debía a sus defendidos, afectados, como él, por aquel genérico comercializado sin escrúpulos.

    | Mayo 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 4

  • Un hermano inesperado

    Por “arriba”. Así me destronaron a mí. No fue un hermano pequeño, sino mayor. Un hermano cuya irrupción en mi mundo no tuvo lugar ni por naturaleza ni por adopción. Sucedió por obligación moral, como gustaba de apostillar mi padre.

    Con aquel hombre extranjero –que, según se me dijo, huía de la guerra en una lejana frontera– compartí habitación durante meses. Apenas podíamos comunicarnos. Pero mi perspicacia infantil me hizo testigo de que cada noche su última mirada se detenía en una foto.

    Años después conocí su historia. Y se adueñó de mi vocación de abogado. El derecho de asilo, a eso me dedico. Para mí, sinónimo de abrir camino a una nueva vida que sirva para compensar, siquiera en parte, esas otras que un día quedaron varadas en la playa de aquella foto, y que pudieron haber sido la de ese hermano inesperado, o, tal vez, la mía.

    | Octubre 2015
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 3

  • Mi toga tiene poderes

    El 16 de junio es una fecha que tengo marcada en rojo en el calendario. Desde el año 2.002. Porque fue entonces cuando advertí por primera vez el fenómeno que me sucedía.

    Un fenómeno que debería llevar a la Marvel a incluir mi toga en su lista de complementos de superhéroes. Y es que mi toga me da alas. Sí, sí, como el maillot amarillo al líder del Tour. No le encuentro otra explicación.

    ¿A qué cabría atribuir, si no, la espectacular metamorfosis de quien buscaba asilo bajo la silla ante cualquier inofensiva pregunta del profesor y, sin embargo, pasa en sala a convertirse en un auténtico “litigator”?

    Lástima que el efecto de dicho poder sea breve cual vigencia de norma fiscal, y dure lo que tardo en quitarme la toga. Estoy seriamente considerando incorporarla a mi indumentaria habitual. Quizá subiéndole un poco el bajo y acortándole las mangas…

    | Enero 2015
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 2