Luis Bañeres

Microrrelatos publicados

  • Llámame Lola

    La letrada fue Dolores en el bufete y Lola en casa. Letrada Urquijo durante una investigación, y Dolores Urquijo a la hora de postular.
    Lola Urquijo para ganarse a la audiencia, y simplemente Lola para sus clientes. Para los degenerados que atendía por lícito turno de oficio, era Doña María Dolores Urquijo.
    Tuvo un hogar muy concurrido que forzó conciliación con el despacho, y despachar con el sol. No perdonaba un capítulo de Perry Mason, y disfrutaba como una niña con Colombo.
    Hoy sufre el mal del olvido, y se apaga un poquito cada día, pero cada tarde la sientan frente al televisor y le proyectan todos los capítulos de aquellas series que tanto le gustaban y que le procura uno de sus nietos.
    Y cada vez que eso ocurre, toma la mano de su cuidadora, y deja escapar algún respingo.
    Y atiende sólo a su nombre completo de letrada.

    | Agosto 2023
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     Votos recibidos por la Comunidad: 7

  • Cada veintiocho de junio

    Al letrado Julio Montero le decían Julito por amanerado y vistoso, y aunque no fue gay confeso, siempre le sospecharon amores convexos. Cuando oficiaba de turno, tuvo que ayudar a muchos, alegando despiste sexual para evitar el escarnio. Su intervención en sesiones donde se juzgaba el roce entre iguales, resultó fundamental para sentar memoria y preservar muchos armarios.
    Sus alegatos sedujeron a tribunales y jurados, con sus característicos cambios de voz, y su gestualidad de esgrima. Julito desplegaba en la sala el arte que le fue prohibido.
    Cuando los tiempos se modernizaron y llegó el Orgullo, nunca acudió a ninguna concentración, y el colectivo le evitó la mención por respeto.
    Julio Montero tuvo muerte incierta, y algunas lenguas resentidas cantaron sida. Desde aquel día, alguien retira de su lápida las pintadas que aún le dicen Julito, y deja un ramo de violetas.
    Eso sucede con puntualidad cada veintiocho de junio.

    | Julio 2023
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 23

  • GARCÍA

    García recogió sus cosas tras cincuenta años en el bufete. Dejó únicamente un lápiz menguado encima de su mesa. Lo decía todo de él.
    No puede entenderse a una persona como García, sin ese lápiz. Un trocito de madera con corazón de grafito. Corregible, eterno, y contundente. Y donde hubo lápiz, hubo siempre una goma. De esas blancas que olían a nata, y que servían para enmendar un error sin dejar borrones. De las que morían redondeadas.
    García fue afable al pactar, y afilado en el litigio. Un niño que creció en tiempos en los que aún no se habían inventado las elecciones, de menú incierto, cuando las tablas de multiplicar se cantaban. Fue becario sin vacaciones, y se especializó en doblar esquinas.
    García apreciaba los detalles.
    Lo guardaré siempre.
    García pensaba con un lápiz y firmaba con tinta.
    Me recuerda a alguien bajito que nunca fue pequeño.

    | Junio 2023
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 11